viernes, 22 de diciembre de 2017

PESIMISMO


 

Según la  escritora y periodista uruguaya, aunque nacionalizada española,  Carmen Posadas, el pesimismo es un anatema en nuestros días y no sabe esta autora quien fue el responsable de convertir al optimismo en nuestra nueva religión laica. Tampoco yo conozco a ciencia cierta quien ha sido el  causante. Puede que  sea  alguno de estos sujetos que  con sus prédicas nos exhorta a que alcancemos la felicidad por imposición.  Lo que no tengo ni la menor  duda  es que hoy en día el pesimismo arrastra malísima reputación, lo mismo que resulta arduo obtener algún beneficio del mismo. Estoy convencido de que nunca han de llegar a buen puerto todos los proyectos personales que  planeemos    cuando avistemos la perspectiva de  la vida desde una actitud negativa.  Pero a veces por un sin fin de  circunstancias personales y sociales  nos vemos en la tesitura de ver y juzgar las cosas por el lado más desfavorable. Todo se debe en buena parte al desánimo que  se genera a consecuencia de nuestras propias frustraciones y prejuicios. Una cosa de lo más habitual  es que a menudo tratamos  de guardar las distancias con las personas pesimistas porque de alguna manera la filosofía negativa de la vida es contagiosa. En mi opinión, para nada nos seduce estar junto a  una persona que se ve invadida por  historias trágicas o asuntos de desamor, que dan pie a la angustia, el temor, el miedo, la muerte, etc. Es evidente que este tipo de individuos  acaban desarrollando problemas de tipo social y por consiguiente, las personas que le rodean terminan por cansarse o hastiarse de toda esa permanente negatividad con que orienta su devenir existencial, razón por la  cual salen pitando   de su lado y lo dejan  completamente sólo regodeándose en  sus “cuitas tóxicas”. No es de extrañar  que en esa traumática situación de soledad, su pesimismo  se haga irreversiblemente crónico. Por otra parte, el desánimo en infinidad de ocasiones surge de manera inevitable, debido a que  no nos es  suficiente  con el esfuerzo ni con la inteligencia para que nos salga bien todo cuanto tratamos de llevar a cabo.   En este hecho juega un papel muy determinante la realidad que uno vive y siente.  Y es que vivimos en un mundo que de costumbre trata de influirnos ánimos y  nos vende propuestas  maravillosas  donde hace que la vida nos resulte sublime.  Puede que para levantar nuestro alicaído estado anímico sean propuestas muy válidas y eficaces,  pero  me temo que éstas no son ciertas del todo.   La existencia no deja de ser caprichosa y azarosa, y la mayoría de veces se manifiesta bastante injusta.  Quien  está convencido de que es todo lo contrario  por vivir en un permanente  “cuento de hadas”,  no hay duda de que tarde o temprano acabará engrosando la lista de los infelices. Algo que no creo les   vaya a  ocurrir a quienes no esperan  que a menudo  les sorprenda  la vida gratamente para poder  llevarse una alegría más al cuerpo.  



 
En  mi opinión, aceptar la realidad no tiene porque convertirte en un pesimista. Resulta ésta una máxima que muchas personas no lo entienden.  No siempre se puede ser un irredento optimista obviando la realidad, que a día de  hoy  tal como se manifiesta crea desesperación.  Como ya he dicho, asumir lo que ocurre a nuestro alrededor, racionalizar las cosas  y mirar objetivamente los hechos no tiene por que tildarnos de pesimistas.  ¿A caso la situación social y económica a nivel global invita a que nos sintamos unos exacerbados optimistas? A mi juicio más bien todo lo contrario. Da claras señales de  incentivar el pesimismo . Por otra parte, creo que resulta oportuno sacar a colación una frase que  supongo la mayoría conoceréis y  a la que es habitual darle  un concepto   versátil, aunque intrínsecamente  su significado siempre se encamina hacia  un mismo fin.  La  frase a la que me refiero es la siguiente: “Un optimista es un pesimista mal informado”.  Resulta palmario que a la hora de enjuiciar  o valorar su idea conceptual  cada persona lo hará desde su particular punto de vista, con la subjetividad que este hecho conlleva. Quizá el optimista de forma interesada no quiera enterarse de   la realidad que vive  y esta sea la razón del por qué  su enfoque existencial está cargado de tanto optimismo.   Puede que así sea. Al final cada persona trata de alcanzar los momentos de felicidad con los argumentos y las entelequias  que tiene a mano o  más le convenzan.  Aunque, puestos a conjeturar,  también podría darse el caso contrario,  de que un pesimista es un optimista decepcionado de la realidad.  Son  muchas  las  suposiciones  y juicios de valor que al respecto se pueden hacer sobre esta máxima lapidaria. No me cabe la menor duda de que todo cuanto  se comente o se haga un juicio de valor sobre este asunto  tendrá su punto de acierto como también de equivocación,   pero el que acabe convertido en un axioma sus conclusión final, estoy plenamente  convencido de que nunca va a ocurrir.  Decía el ilustre filosofo  Arthur Schopenhauer, un irredento pesimista con sentido del humor, que “existe un error innato en la creencia de que hemos nacido para ser felices y quien persevere en esta idea tan absurda el mundo le parecerá injusto y lleno de contradicciones””.  ¿Quién puede negarle el acierto y las sensatas reflexiones que escribe  a este gran pesador alemán, si la mayoría de sus frases sientan cátedra? Yo desde luego que no seré el que se lo niegue. Es más, me reafirmo categóricamente en el enunciado de esta frase, cuya dicción  final me parece auténtico caldo de cultivo para  el pesimismo. Queda claro, que  no debiéramos  esperar mucho de la felicidad, ni tampoco dejarnos guiar psicológicamente por un exacerbado optimismo, para no ser un sempiterno infeliz.. Como un desiderátum se muestras la mayoría de veces lograr la felicidad, en estos tiempos con notoria tendencia a ese  nihilismo existencial  que hace creernos, equívocos o no, que somos muy  desdichados  mientras que el resto de la humanidad vive feliz en su particular mundo de jauja.

prueba

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