Hace un tiempo leí la siguiente
frase que me mucho me impactó, la verdad. Decía lo siguiente: “la muerte está tan segura de su victoria
que nos da de ventaja toda una vida”. El autor del enunciado es anónimo, pero no hay duda de que ha estado muy certero
escribiendo esta máxima lapidaria porque es una
obviedad esa susodicha ventaja que en forma de vida nos
regala tan generosa la muerte al confíar de pleno en su
victoria. Lo normal en estos casos es actuar con esa prepotencia cuando se está totalmente convencido de tu superioridad,
por lo cual importa un ardite
conceder cualquier ventaja porque sabes de sobra que acabarás por tomar la suficiente compensación y
que a la postre servirá para derrotar
al adversario. Desde luego que resulta todo un juego cruel el de la muerte con nosotros al dejarnos
progresivamente avanzar en esta especie de carrera “maratoniana” y cuando ya
estamos al límite, porque nuestras
fuerzas tanto las físicas como mentales
se agotan, la parca que paciente ha esperado, nos toma la delantera y sin piedad alguna acaba por infringirnos
su inapelable derrota en el momento que ella indique. Pero es ineludible
que esto suceda por nuestra inherente condición de ser mortales. Al margen de esa supuesta carrera maratoniana contra la muerte, lo que
debemos tener muy en cuenta es que en esta
vida todos estamos de paso por que nuestra
permanencia en ella es temporal. Aunque al parecer hay
muchas personas que se niegan a aceptar lo efímero que resulta la existencia y no quieren asumir su destino ineluctable.
Me estoy refiriendo a esa clase de personas poseedoras de grandes fortunas de
dinero que ingenuamente se creen que van a ser eternas. Ya de por sí persiguen la eterna juventud, esa especie de ansiada
inmortalidad, a base de someterse
continuamente a la dictadura del bisturí en las correspondientes clínicas de cirugía
plástica. Estoy convencido de que si tuvieran la
oportunidad de pactar con el mismísimo diablo para conseguir tan codiciado objetivo, sin problema alguno lo haría, tal como, según cuenta la leyenda, lo hizo Fausto al vender su alma al diablo por el conocimiento ilimitado y los placeres mundanos. A lo
que íbamos, como los ricachones erróneamente creen que van a gozar de una perpetuidad
terrenal les da por acumular cosas de gran
valor material como si fueran a disponer de ellas y disfrutarlas de manera
infinita. Y por cierto, si algo tiene de particular la
muerte, es su sentido equitativo. Cuando ésta llega no hace extinción entre
ricos y pobres, ni entre sexos, democráticamente
a todos nos iguala.
Lo que percibo de forma
generalizada, incluyéndome yo claro está, es que en muchas ocasiones por esa
tendencia innata de emplear el tiempo en tratar de acumular cosas materiales, a
veces sin un propósito en concreto, vamos
perdiendo ese otro tiempo necesario para vivir lo que supuestamente consideramos que es esencial ,
y en buena medida resulta un coadyuvante idóneo para lograr vivir
una vida plena que se muestre más receptiva a la felicidad. Lo que debemos tener siempre bien claro es que el tiempo una
vez que haya transcurrido jamás volveremos a recuperarlo. Por otra parte, no se
hasta cuanto nos compensará satisfactoriamente el ir adquiriendo de distintas
formas y artimañas bienes materiales ya que si lo analizamos detenidamente, en realidad todo
cuanto vayamos a adquirir a la postre
nunca íntegramente será nuestro. Es como
una especie de usufructo temporal porque
cuando te mueres ya no será tuyo y por lógica pasará a ser propiedad de otras
personas y así sucesivamente. Con lo cual, llegando a este punto, yo me
pregunto si merecerá la pena invertir tanto tiempo y esfuerzo con la única finalidad de conseguir un coche mejor, ropa más elegante, joyas de
diseño, vivienda de veraneo junto a la
costa, etc. En cambio
las experiencias personales vividas
estas sí van a ser en su integridad nuestras. Por otra parte, a mí me
resulta un tanto curioso y contradictorio el hecho de que cuando fallece una persona cercana a nuestro entorno familiar o al
círculo de amigos, aparte de la lógica tristeza
que nos invade por este luctuoso acontecimiento,
normalmente tratamos de auto convencernos de que aquí estamos todos de
paso y por consiguiente nos hacemos el propósito de intentar vivir ahora en adelante
en una especie de Carpe Diem continuo. Pero una vez pasado los momentos de
aflicción, nos absorbe la cotidiana rutina y pronto nos olvidamos de todos esos propósitos de vivir el momento y disfrutar el instante el mayor tiempo posible y por consiguiente continuamos con nuestra vida de costumbre.
Quizá se deba a que las circunstancias de la propia vida no posibilitan más alternativas
que la de vivir plenamente cada momento de la forma que ellas no lo permitan.
Lo que resulta axiomático es que
la muerte tal como estamos los humanos
concebidos resulta ineluctable su
llegada, por lo tanto es un hecho que debemos asumir. La muerte y la vida son parte de un mismo todo. Razón por lo cual a mi juicio no son antagonistas más bien cohabitan en un mismo espacio de tiempo en perfecta simbiosis. Después de todo la muerte es quien cierra de
forma natural el ciclo de nuestra vida.
Resulta palmario el que todos los ciclos tarde o temprano cuando llega
su momento concluyen. A veces sucede que alguno de ellos ser renuevan y vuelven
a retomar su punto de partida, pero esta circunstancia no le corresponde a nuestra muerte. Aunque
bueno, esta hipótesis obviamente puede ser rebatida si nos atenemos a la teoría
de la reencarnación de nuestro espíritu que vuelve a tomar forma material y se reencarna en otra persona. Se trata de una esa creencia que ha
estado presente en una parte de la humanidad desde tiempos antiquísimos y que forma parte de algunas culturas y religiones del
planeta. Lo que resulta palmario es el que existe un sin fin de suposiciones ulteriores a la muerte y yo no se si resultan ciertas o son embaucadora patraña. Supongo que cuanto hay de verdad o de mentira en todo lo que se ha dicho y escrito desde hace siglos acerca de este misterioso tema dependerá de las creencias
personales de cada uno.