martes, 1 de agosto de 2017

BRINDEMOS, QUE NUNCA ES TARDE







                                                                                                                        (A Rosa Montero)

Alzad conmigo  las copas que he  llenado con la paz de un vino amable
y brindemos por los enemigos  muertos que nunca gozarán nuestras derrotas.
Por los apóstatas del vicio que arañan al sexo como un felino en celo.
Por las putas que en cuaresma solicitan dispersa carnal y se redimen.
Por la patria expropiada de la infancia en cuyas ruinas se acomoda el pasado.
Por la seducción de la palabra que siempre aniquila el rencor  de las mordazas.
Por el coraje de la luz que  al despotismo de las sombras  subversiva resiste.
Por  la libertad que en carne viva  se desnuda y a la intemperie pernocta.
Por la soledad con actitud cleptómana que roba los  besos que no damos.
Por los sueños inconclusos que  con la ansiedad de una  utopía palpitan.
Por la impúdica sangre  del desenfreno que a la  abstinencia inunda.
Por el arrojo de un hombre acorralado cuyos puños van desgarrando el aíre.
Por la esperanza en manos de los suicidas que la envuelven con su mortaja.
Por los  que mendigan  pasión y  tienen cita cada noche en el motel del fracaso.
Por la crónica enfermiza de la carne sin hallar el deseo caníbal que la devore.
Por las heridas del tiempo  que vamos remendamos con jirones de futuro .
Por el diario de la  lluvia que escribe con su llanto quien nunca fue amado.
Por el mar para que  sus labios de sal  no ofrezcan los besos  igual que Judas.
Por los huérfanos del amor que en la resaca del amanecer su decepción agotan.
Por los que amortiguan con  la Visa del pecado su hipoteca con vistas al infierno.
Por los náufragos que en el fondo de los vasos no descubren más respuestas.
Por   los ausentes que nos dejaron sus nombres tatuados en la piel del corazón.
Por las arrugas del alma que ante el espejo la mentira dominan con maestría.
Por  los recuerdos que la nostalgia se negó a escribirles un epitafio.
Por los poetas que armados con sus fusiles de versos  disparan balas de justicia.
Por el aguardiente que destiló el olvido y  embriagarnos de vida jamás pudo.
Por los culpables de vivir al límite que sólo  en los suburbios hallarán clemencia.
Por la ternura que tanto codiciamos  y  permanente   en los burdeles se pudre.
Por  los parias condenados a limpiar las pústulas de la Historia con sus lágrimas.
Y  por todos nosotros, transeúntes efímeros,  bajo palio de un dios que ya no ampara.