De
nuevo otro año más inmersos en los preparativos navideños. Aunque la verdad, se trata de unos preparativos que llevan un tiempo considerable pergeñándose por esa absurda manía que tienen algunas personas
en hacer que cada vez sea más prematuro poner en marcha toda esta parafernalia
vinculada a la Navidad. Para certificar tal
circunstancia, sólo es cuestión de acercarse a cualquiera de los grandes
centros comerciales y ver in situ que a principios de noviembre, incluso antes,
ya empieza a funcionar ese merchandising que invita a comprar todo tipo de productos que se consumen
típicamente por estas fiestas. Desde luego que se dan
prisa de leches en adelantarla con fines lucrativos, claro está. Pero no nos engañemos y asumamos el que hemos renunciado al espíritu de la navidad para convertirlo en mercancía de consumo. Por supuesto que el significado intrínseco
de la Navidad debiera ser otro. Tal como
lo percibimos durante la infancia, cuando tanto su esencia como su pureza nos son mostradas en toda su plenitud; sin atisbo de mácula alguna. Pero es
evidente que al ir haciéndonos mayores por multitud de razones vamos desengañándonos y esto conlleva a que miremos con incredulidad todo cuanto es representativo de la actual estética navideña. Una suspicacia que nos hace concebir la idea de que todo cuanto
lleva el marchamo de las fiestas navideñas no es más
que ese consumismo compulsivo que tanto incentiva esta sociedad mercantilizada de la cual formamos parte de ella. Está claro que la ilusión del
capitalismo es que en llegando las fiestas navideñas el populacho
acabe entregado a una catarsis consumista. Una ilusión que altamente queda
complacida porque se compra de forma desenfrenada con el agravante de no
medir sus ulteriores consecuencias. Resulta arduo cambiar las pautas de
estas fechas porque los medios de comunicación nos invaden de continuo con sus
propuestas consumistas. Normalmente se acostumbra a gastar lo que no se tiene,
endeudándose hasta las cejas si es preciso, para comprar la mayoría de veces
cosas inútiles y todo con el fin de que seamos aceptados socialmente. Resulta un axioma el que
estas fiestas con tanta tradición se han
convertido en un lucrativo negocio y esto conlleva a
despilfarrar de manera incontrolada, con
lo cual según los preceptos de la
religión cristiana es la antítesis de como se deben celebrar estas fiestas de tan hondo calado para la susodicha
religión. Obviamente la conmemoración de
los festejos se hace en honor a un supuesto Mesías que según cuenta la leyenda
nació aproximadamente hace poco más
de dos mil años en Palestina: país que hoy en día lamentablemente, por la aquiescencia de la comunidad internacional, se encuentra sometido y asediado por el
sionismo israelí. Pues bien, en el
país citado nació este niño en un
humilde pesebre y en medio de una pobreza extrema. Es obvio que la forma actual
de conmemorar tan significativo acontecimiento se aleja cada vez más de la
espiritual pobreza y la humildad con que se debiera celebrar según esta creencia religiosa. Resulta palmario que toda ese humilde
misticismo que intrínsicamente en su
naturaleza lleva implícita la Navidad se
ha suplantado por el mercantilismo
actual, mayormente impuesto por los grandes almacenes que a priori son responsables de diseñar a día de hoy las fiestas navideñas, por que resultan ser para ellos una especie de “sanctasanctórum”. Que se de esta situación que tanto favorece el
lucro empresarial, sin duda alguna es por culpa de incentivar de forma persistente la cultura de la ignorancia y el despilfarro.
Otra
circunstancia que se da por estas fechas que se avecinan, es el repertorio de
tópicos y frases que se expresan como si de un cansino mantra se tratara. Me
estoy refiriendo a todos esos mensajes de felicidad y buenos deseos para estas
fiestas con que de continuo somos agasajados por extraños o conocidos. Si
años atrás para este fin se utilizaba el correo postal para enviar los
tradicionales christmas, hoy en día ha quedado arcaica esta forma tan romántica de mensajería. En la actualidad ha sido suplantada por
las
impersonales redes sociales, como son el Facebook, Twister, Isntagran…
y en especial el iPhone. ¡Humo va a
echar el wahtsap por el constante ajetreo de mensajes! Por supuesto que también los medios de comunicación,
tan oportunistas siempre, nos bombardearán
de seguido con sus entrañables y sofisticados mensajes, los cuales la mayoría tienen claros intereses espurios. A mi juicio
todo este aluvión de mensajes, aunque estén cargados buenas intenciones, al final para aquellas personas que se sienten solas van a resultarles una pesadilla porque les hará recordar la deprimente situación de soledad en que viven de continuo. Luego también está ese bondadoso eslogan que proclama "Paz en la tierra por Navidad". En mi opinión, creo que el súmmum de esta mentira es el momento de celebrar la tradicional Noche de Paz. Ni esa representativa noche, ni ningún otro día más durante las fiestas navideñas en Siria, Sudán del Sur, Yemen y demás países envueltos en conflictos armados se va a dar una tregua para que la partes enfrentadas dejen de matarse y entonen juntas el "Merry Christmas", con los sanguinarios fanáticos del Estado Islámico y Al Qaeda haciéndoles los coros. Por consiguiente, continuará escupiendo su armamento metralla y balas y sembrando muertes para seguir dejando constancia en la Historia de la humanidad más vergüenza y más infamia. Por otra
parte, parece ser que por estas fiestas navideñas estuviéramos programados para que artificialmente y de forma colectiva tengamos que
querernos o desearnos felicidad. No
importa que el resto del año estemos a la gresca unos con otros, sintamos aversión mutua, nos detestemos,
etc. Son días de reciclarnos y aparcar diferencias y resentimientos y de
disfrazarse de buenas intenciones y mejores deseos de paz y felicidad, y
otra bondades, y demos rienda suelta a la hipocresía, un valor en alza por estas
fechas. Lo más políticamente correcto para estos días de obligada fraternidad es que todo el mundo debe ser
bondadoso, solidario y feliz por
imperativo navideño. Luego si el resto
del año te toca sufrir o pasarlas canutas por circunstancias de la vida o
porque tu precaria economía no da para más, allá te las arregles tú solo. Al estar fuera de temporada, nadie se acordará de ofrecerte ni buenos deseos ni gesto solidario alguno. Por tanto, sólo te quedará
esperar todo un año para que otra vez el vulgo te suelte el mismo repertorio de
frases artificiales, por si pueden
servirte de consuelo. No quiero que por ser un convencido detractor de la actual estética navideña se me considere un aguafiestas. Para nada. Allá cada uno y cada cual lo disfrute o lo sufra según sus convicciones. Si al final por mucho que uno despotrique contra este montaje, básicamente mercantil, en mayor o menor medida acaba formando parte de él. Así que tengamos las fiestas en paz. Faltaría más.
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