lunes, 4 de diciembre de 2017

ACERCÁNDONOS A LA NAVIDAD

 
 
                                                                                        
De nuevo otro año más  inmersos en los preparativos navideños.  Aunque la verdad, se trata de unos preparativos que  llevan un tiempo considerable  pergeñándose    por  esa absurda manía  que  tienen algunas personas en hacer que cada vez sea más prematuro  poner en marcha toda esta parafernalia vinculada  a la Navidad. Para certificar tal circunstancia, sólo es cuestión de acercarse a cualquiera de los grandes centros comerciales y ver in situ que a principios de noviembre, incluso antes, ya empieza a funcionar ese merchandising que invita a comprar  todo tipo de productos que se consumen típicamente   por estas fiestas. Desde luego que se dan prisa de leches en adelantarla con fines lucrativos,  claro está.  Pero no nos engañemos y asumamos el que hemos renunciado al espíritu  de la navidad  para convertirlo en mercancía de consumo. Por supuesto que el significado intrínseco de la Navidad  debiera ser otro. Tal como lo percibimos durante la infancia, cuando tanto  su esencia como su pureza nos son mostradas en toda  su  plenitud; sin atisbo de mácula alguna. Pero es evidente que al ir  haciéndonos mayores por multitud de razones vamos desengañándonos y esto conlleva a que    miremos con incredulidad todo cuanto es representativo de  la actual  estética navideña. Una suspicacia que       nos hace concebir la idea de que todo    cuanto lleva el marchamo de las fiestas navideñas no es más  que  ese consumismo compulsivo  que tanto incentiva esta sociedad  mercantilizada de la cual formamos parte de ella.  Está claro que la ilusión del capitalismo es que en llegando las fiestas navideñas  el populacho acabe entregado a  una catarsis consumista. Una ilusión que altamente queda complacida porque  se compra  de forma desenfrenada con el agravante de no medir sus ulteriores consecuencias. Resulta arduo  cambiar las pautas  de estas fechas porque los medios de comunicación nos invaden de continuo con sus propuestas consumistas. Normalmente se acostumbra a gastar lo que no se tiene, endeudándose hasta las cejas si es preciso,  para comprar la mayoría de veces cosas inútiles y todo con el fin de que seamos aceptados socialmente.  Resulta un axioma el que estas  fiestas con tanta tradición se han convertido en un lucrativo negocio y  esto conlleva a despilfarrar  de manera incontrolada, con lo cual  según los preceptos de la religión cristiana es la antítesis de como se deben celebrar estas fiestas  de tan hondo calado para la susodicha religión.  Obviamente la conmemoración de los festejos se hace en honor a un supuesto Mesías que según cuenta la leyenda nació   aproximadamente  hace poco más de dos mil años  en Palestina:    país que  hoy en día lamentablemente, por la aquiescencia de la comunidad internacional,  se encuentra sometido y asediado   por  el sionismo israelí. Pues bien,   en el país citado  nació este niño  en un humilde pesebre y en medio de una pobreza extrema. Es obvio que la forma actual de conmemorar tan significativo acontecimiento se aleja cada vez más de la espiritual  pobreza y la humildad con que se debiera celebrar según esta creencia religiosa.  Resulta palmario que toda ese humilde misticismo que intrínsicamente en  su naturaleza lleva implícita  la Navidad se ha suplantado  por el mercantilismo actual, mayormente impuesto por los grandes almacenes que a priori son responsables  de diseñar a día de hoy las fiestas navideñas, por que resultan ser para ellos una especie de “sanctasanctórum”.  Que se de esta situación que tanto favorece el lucro empresarial,  sin duda alguna es por culpa  de incentivar de forma persistente la  cultura de la ignorancia y el despilfarro.  
 



(En mi opinión, creo que más bien lo segundo.)

 
Otra circunstancia que se da por estas fechas que se avecinan, es el repertorio de tópicos y frases que se expresan como si de un cansino mantra se tratara. Me estoy refiriendo a todos esos  mensajes de felicidad y buenos deseos para estas fiestas  con  que de continuo somos agasajados por extraños o conocidos. Si años atrás para este fin se utilizaba el correo postal para  enviar los  tradicionales christmas, hoy en día ha quedado arcaica  esta forma tan  romántica de mensajería. En la actualidad ha sido suplantada por las impersonales   redes sociales, como son el  Facebook, Twister, Isntagran… y en especial el iPhone. ¡Humo va a echar el wahtsap por el constante ajetreo de mensajes!  Por supuesto que también los medios de comunicación, tan oportunistas siempre,  nos bombardearán de seguido con sus entrañables y sofisticados mensajes, los cuales la mayoría tienen claros intereses espurios.   A mi juicio  todo este aluvión de mensajes, aunque estén cargados buenas intenciones,  al final para aquellas  personas que se sienten solas  van a  resultarles una pesadilla  porque les hará recordar  la deprimente situación  de soledad  en que viven de continuo. Luego también está  ese bondadoso eslogan que proclama  "Paz en la tierra por  Navidad". En mi opinión, creo  que el súmmum  de esta mentira   es  el momento de celebrar  la tradicional Noche de Paz.  Ni esa representativa noche, ni ningún otro día más     durante las fiestas navideñas en Siria, Sudán del Sur, Yemen y demás países envueltos en conflictos armados se va a dar una tregua para que   la partes enfrentadas dejen de matarse y  entonen juntas  el "Merry Christmas", con los sanguinarios fanáticos del Estado Islámico  y Al Qaeda haciéndoles los coros.  Por consiguiente,  continuará escupiendo su armamento metralla y balas  y sembrando muertes para seguir dejando constancia en la Historia de la humanidad más vergüenza y más infamia.   Por otra parte,    parece ser que por estas fiestas navideñas  estuviéramos programados   para que artificialmente y de forma colectiva  tengamos que querernos  o desearnos  felicidad. No importa que el resto del año estemos a la gresca unos con otros, sintamos aversión mutua, nos detestemos, etc. Son días  de reciclarnos  y aparcar diferencias y resentimientos  y  de  disfrazarse de buenas intenciones y mejores deseos de paz y felicidad, y otra bondades,  y demos rienda suelta a  la hipocresía, un valor en alza por estas fechas.   Lo más políticamente correcto para estos días  de obligada fraternidad es que todo el mundo debe ser bondadoso, solidario  y feliz  por imperativo navideño.  Luego si el resto del año te toca sufrir o pasarlas canutas por circunstancias de la vida o porque  tu precaria economía no da para más, allá te las arregles tú solo. Al estar fuera de temporada, nadie se acordará de ofrecerte   ni buenos deseos ni gesto solidario alguno.  Por tanto, sólo te quedará esperar todo un año   para  que otra vez  el vulgo te suelte el mismo repertorio de frases artificiales,  por si pueden servirte de consuelo. No quiero que por ser un convencido detractor de la actual estética navideña se me considere un aguafiestas. Para nada. Allá cada uno y cada cual lo disfrute o lo sufra según sus convicciones. Si al final por mucho que uno  despotrique contra este montaje, básicamente mercantil, en mayor o menor medida  acaba formando parte de él. Así que tengamos las fiestas en paz. Faltaría más.
 
 
 
 

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