viernes, 25 de febrero de 2022

No a la guerra


martes, 8 de febrero de 2022

MORIR DE INDIFERENCIA

 

Hace ya unos cuantos días  apareció en los medios de información una noticia luctuosa que me causó un cierto repelús; aunque la verdad  tampoco es que me sorprendiera mucho por conocer  sobradamente el comportamiento de esta sociedad actual tan carente de humanidad.  La noticia de la que hablo hacia referencia al fallecimiento el pasado día 27 de enero  del fotógrafo suizo René Robert, el cual había muerto por hipotermia  en una calle de París tras una caída. Este famoso artista que retrató a las grandes estrellas del flamenco contemporáneo  contaba con 84 años de edad el día de la mortal caída y había permanecido tirado en la acera nueve horas sin que nadie le prestara atención. Me resulta increíble el que una persona  pueda permanecer tantas horas tirada en la acera en una de esas bulliciosas ciudades y que nadie se detenga para socorrerle. Imagino que las personas que pasaron a su lado lo confundieron con alguno de los sin techo, estas personas   que acostumbran a morir en la soledad y el desamparo y  que resultan invisibles para los transeúntes que pasan a su lado por que no saben si duermen o agonizan.  Pero en esta ocasión no se trataba de una persona sin techo, sino de alguien con una trayectoria profesional reconocida, y que gracias a ello, sus amigos han dado a conocer en las dramáticas circunstancias en que murió. Creo que tampoco es  cuestión ahora de  demonizar a las personas por su falta de empatía,  ni tampoco dar lecciones de moral, porque antes tendríamos  que hacernos  todos la incómoda pregunta de si estaríamos seguros al cien por cien de que nos hubiéramos detenido  en el supuesto  de habernos encontrado de sopetón con  un hombre en el suelo tirado, al que aparentemente confundimos  con una persona sin techo. Porque la verdad, estas  personas  normalmente suelen   generar desconfianza  o directamente nos repelen. No se, tenemos tanta prisa; vivimos tan acelerados que lo lógico es que pasemos delante clavando la mirada en los móviles sin percatarnos del drama humano que se desenvuelve a nuestro alrededor. Y es que esta sociedad tan deshumanizada y que va a la deriva   acaba por darnos lecciones de    como convivir con la indiferencia social sin cargos de conciencia alguno y también nos enseña a  buscar  la coartada perfecta para que  podamos salir indemnes de nuestra deshumanizada condición.  




El  trágico suceso como el acaecido en una calle de París, donde se dejó morir a una persona por la indolencia de todos,  es un claro reflejo de la sociedad egoísta e infantilizada que estamos creando entre todos. Aunque también puede que tenga  como trasfondo ese fenómeno social conocido como la Aporofobia. Un neologismo acuñado por la filósofa española Adela Cortina para referirse al “rechazo, aversión y desprecio  hacia el pobre desamparado que aparentemente no puede devolvernos nada bueno a cambio”.   No tengo la menor duda de que tal como ya he comentado, los transeúntes parisinos debieron confundir a este célebre artista con un sin techo, razón por la cual mostraron su indolencia social.  Esta falta de humanidad hacia los demás me causa un terrible espanto. Lamentablemente la sociedad  se ha ido deshumanizando y por este motivo estamos perdiendo lo más valioso del ser humano como son los sentimientos bondadosos, la compasión y la solidaridad. Lo que resulta bastante preocupante es que da lo mismo que sea una persona sin techo o con techo la que pueda encontrarse  tirada en la calle de una de esas concurridas urbes a lo largo del mundo  porque   me temo que la predisposición  a la hora  de  prestar  auxilio sería parecida por el simple hecho de que  algo esta desapareciendo en la cultura occidental como es la compasión. El abandono de una persona tirada en la calle es un fenómeno propio de las grandes ciudades .  Europa que  desde siempre ha luchado por el concepto de justicia social se halla a día de hoy  inmersa en una profunda crisis moral y de identidad.

 

Tengo la impresión de que parece que nos hemos vuelto invisibles los unos para los otros y por esta razón la empatía ha cedido el paso al egoísmo. Vivimos en la distopía  del  “sálvese quien pueda”. Lo único que verdaderamente importa parece ser que es  tener el  Smarphone  de última generación y la ropa o el cazado de la mejor  marca comercial posible.   No se si es  por voluntad propia o de manera inconsciente, el caso es que progresivamente  nos vamos autodestruyendo. Por desgracia el materialismo ha podido con el humanismo. Y aquí nadie se salva de este drama, todos somos   responsables.  Nuestras sociedades se están desintegrando y el individuo se está convirtiendo en un lobo estepario. Esto ya lo dijo en su momento el celebérrimo escritor alemán Hermann Hesse. Ante casos como el ocurrido en París,  a mi juicio lo normal  de una conciencia decente sería renegar de la condición humana. Somos muchos, estamos aglomerados en grandes  urbes muchas de ellas insufribles, viviendo la mayoría de veces con personas a las que nos queremos en absoluto y cuando no las despreciamos, no obstante son muy pocos los que  se han dado cuenta que hemos cambiado las orejas por el rabo. Si perdemos la compasión significa que ya todo lo demás está perdido. En un futuro no muy lejano, si la guerra nuclear o el acelerado y temido cambio climático no han acabado con todos nosotros, la falta de los valores intrínsecos, así  como este egoísmo pernicioso que practicamos a tumba abierta y además  sin escrúpulo alguno será quien literalmente nos  fulmine. Y sino al tiempo.