viernes, 28 de diciembre de 2018

PUEBLOS DESHABITADOS


Al parecer los pueblos deshabitados constituyen un desolador paisaje más en España. Resulta  triste reconocer este fenómeno social tan  preocupante como es  el creciente abandono de los pequeños pueblos y aldeas que se van quedando vacías.  Pero así es.  El  inicio de éste fenómeno según tengo entendido  se originó a partir de la década de  los años sesenta del siglo pasado, cuando miles de personas, debido a las escasas oportunidades para trabajar en la agricultura,  empezaron un progresivo éxodo rural hacia las emergentes ciudades debido a su desarrollo industrial y al sector de servicios. Todos ellos emigraron en busca de unas mejores condiciones de vida para su  futuro y también  por esas comodidades que el progreso   les ofrecía y  que  en los pequeños núcleos urbanos donde estaban asentados carecían de ellas  por culpa de que   sus  precarias infraestructuras no tenían posibilidad alguna de ofrecérselas. Máxime por aquellos duros años de infausto recuerdo, los cuales coincidieron con  los estertores de la posguerra civil, donde a mi juicio, en las pequeñas poblaciones  todo se desarrollaría  bajo los efectos de una  insuficiente y generalizada economía de supervivencia. Pero aquel  éxodo de entonces  hacia las grandes urbes de los habitantes  de los pequeños pueblos y aldeas lamentablemente a día de hoy  no ha cesado. Cierto que  en menor medida debido a que los pueblos se quedan sin jóvenes con intenciones de  emigrar,  pero aún así, continúa el  progresivo goteo contribuyendo a que la despoblación cada vez se esté consolidando más, haciéndose extensible por toda la geografía peninsular. He leído que alrededor de 3.000 pueblos y aldeas en la actualidad están abandonados a lo largo y ancho de todo el país. En las  comunidades autonómicas de Castilla y León, Galicia y Aragón son las que más alto índice de despoblación se está dando. Tanto en éstas mismas comunidades como en las del resto del territorio español, en este momento  existen también infinidad de pequeños pueblos  donde si nadie  pone remedio con algunas medidas que los haga rejuvenecer y a su vez se crean importantes perspectivas  de futuro,  los poco  jóvenes que quedan  seguirán  emigrando.   Por consiguiente  estarán condenados a quedar  también vacíos porque el reducido número de personas que  habitan  estos lugares, cada año que transcurre van envejeciendo más,  y como  resulta ineluctable el que por ley natural  estas personas acaben muriendo,  al   no existir un  equilibrio   que compense la desaparición de los  fallecidos con  nuevos nacimientos, me temo que irremediablemente se irán sumando a la  lista de los pueblos que  se van quedando deshabitados.


 

Con la finalidad de paliar  ésta problemática  desde hace ya varios años se ha puesto en marcha la recuperación de los pueblos abandonados. De ésta labor se encargan diversas instituciones públicas, así como asociaciones ecologistas y personas que desean  otra forma de vivir alejados de la contaminación y el caos de las grandes urbes. De forma colectiva  están tratando, dentro de sus posibilidades,  rehabilitar algunos de estos pueblos con el objetivo de que vuelvan a recobrar vida. Yo personalmente  considero una importantísima  tarea de restauración  estas iniciativas porque es una forma de reivindicar la memoria y el alma de esos lugares  y a su vez preservar su patrimonio  que de no ser así con toda probabilidad  se  perdería en el olvido.  Alguna de esas tareas se realizan con el fin de que sirvan como explotación del siempre interesante y alternativo turismo rural; en cambio otras  simplemente para vivir en ellos lejos del caótico  entorno urbanita como ya he comentado. Resulta obvio que a pesar del esfuerzo que realizan abnegadamente, y a veces altruista,  todas estas personas, la realidad continua siendo grave porque no se consigue frenar el paulatino abandono. Es evidente que no sólo va a hacer falta voluntad y constante dedicación para recuperar estos pueblos a base de conjuntas  labores restauradoras, también es necesario que   las consejerías autonómicas  del Estado a quienes compete esta problemática,  se impliquen seriamente aportando   medidas eficaces que eviten el que los pequeños núcleos urbanos, en donde aún vive un reducido número de personas resistiendo tenaces  al acoso migratorio   y dependiendo de una economía de subsistencia   sufran el mismo destino.

A mí particularmente me produce muchísima tristeza contemplar a cualquiera de estos pueblos por que me da la impresión de que se encuentran perdidos en medio de un desolador paisaje,  el cual me  transmite una sensación de profunda soledad e infinito olvido. Lugares en donde tiempo atrás seguro que hubo acogedores y humildes hogares, pero  hoy casi la totalidad  de  éstas viviendas han acabado  convertidas en ruinas, donde frondosa  la naturaleza en su estado más salvaje  se ha convertido en la auténtica protagonista de este desvalido espectáculo natural y se ha hecho dueña del entorno urbano. Donde uno presiente que   allí mismo el tiempo parece que se hubiera detenido para que sus propias ausencias y vacíos lo habitaran. En este lugar donde otrora  hubo plenitud de vida, ahora  parece que sólo la muerte es quien acampara a sus anchas en medio de una especie de  sepulcral silencio  que todo lo envuelve. Pueblos que parecen haber naufragado en las aguas del progreso; en su infinito mar de indiferencia. El legado de su Historia  se está transformando en escombros que  van  acompañando  al  transcurrir del tiempo. Con un gigantesco manto de telarañas, como si de una mortaja se tratara,  todo se va cubriendo y la carcoma cada vez se  hace  más devastadora y corroe sus entrañas. Aquí  ya no queda  nadie  para cultivar con sus manos labriegas los campos, ni tampoco  queda persona alguna que pueda  hacer tañer las campanas para que con sus particulares  voces notifiquen el principio de la vida o su final.  Tampoco se oye  el alboroto de los niños llenando el aire con sus bulliciosos gritos. Ya no ladran los perros, ni el   gallo anuncia con su estridente canto   que de nuevo el amanecer regresa. No se escucha el  ajetreo de carros, ni de ninguna otra máquina agrícola. Sólo este silencio que parece eterno y lacerante y que nos hace concebir la desoladora visión de un pueblo fantasma, y   más que  abandonado, siento que por su destino ha sido derrotado.

 





prueba

martes, 11 de diciembre de 2018

MANERAS DE JUGAR


 

 

Es evidente que la infancia de hoy en día es muy diferente a la de hace unas cuantas décadas atrás. Esto se debe a que la televisión, Internet, las videoconsolas, y en especial el smarphone, han sustituido aquellas largos y agradables momentos donde la diversión de los niños al aire libre era una práctica constante. Hoy lamentablemente los susodichos momentos  han pasado a mejor vida.  Y me entristece que esto haya ocurrido porque  ha motivado que desaparecieran todos esos juegos clásicos  y saludables que se han practicado desde tiempos ancestrales y que a su vez se fueron transmitiendo  a través de las sucesivas generaciones.   Me estoy refiriendo a juegos como: la comba, el castro,  el escondite, la goma, las tabas, el chorro morro pico tallo,  el corro, las canicas, etc, etc. Estoy convencido que la mayoría de los niños de hoy en día los desconocen.  De ponerlo en práctica algún niño en la actualidad  sería como una  rara avis.  A mi juicio debieran ser los propios padres quienes  tendrían que  inducirles  a practicar    estos juegos tradicionales  con el fin de que no  caigan en el olvido. Pero me temo que a cuenta de   lo supeditados que están los niños  a las actividades escolares y extraescolares,   les falta tiempo para    practicarlos    porque los padres están pensando más en el porvenir de sus hijos, procurando encaminarlos al profesionalismo y al éxito. Por lo cual les trae al pairo al pairo que esta circunstancia conduce a los niños a saltarse etapas de su vida, o se inicien de manera precoz a otras y esto me temo que se manifestará en su carácter durante la adolescencia.   Por otra parte,  dudo mucho que sea por falta de tiempo el no poder ejercitar los juegos, yo diría que más bien por inapetencia o desinterés por  ambas partes.  Desde luego que   los niños para  engancharse  a la tecnología  y pasarse horas sentados delante de la pantalla táctil del ordenador o videoconsola  tienen tiempo de sobra. Por otra parte,    el hábito  de engancharse a la tecnología   para nada resulta saludable porque conduce al sedentarismo y esto inevitablemente  acaba generando obesidad. Una epidemia infantil ésta  que va creciendo exponencialmente por falta de ejercicio y con el agravante de que cada vez adelanta su momento de aparición. Normal que cada vez aparezca de forma prematura si ya con diez años  el regalo más preciado para el niño es el sofisticado teléfono inteligente,  o la table. 

 



Lo que yo personalmente tengo bien claro, es   que gran parte de culpa de que la obesidad infantil vaya en aumento la tienen los padres por  regalar a sus hijos tan perjudiciales  artilugios. Desde luego que en los tiempos de mi lejana infancia, y ya ha diluviado desde entonces, no existía esta problemática de salud infantil porque, aparte de que no podíamos darnos atracones  de grasas saturadas y comida prefabricada, causantes del sobrepeso, como hace la mayoría de  los niños hoy en día,   estábamos todo el santo día en la calle, moviéndonos   de un lado para el otro practicando un sin fin de juegos. Por consiguiente, era imposible que se adhiriera toda esa nociva adiposidad en nuestro cuerpo.  También hay que reconocer  que por aquellos remotos años las calles eran menos peligrosas que ahora, había menos  tráfico y alarmismo social,  y también porque que teníamos unos horizontes limitados. Por esta razón  a  nosotros  no nos  quedaba más alternativa para divertirnos  que ejercitar al aire libre alguno de aquellos tradicionales juegos infantiles.  Pero según mi opinión,  creo que fue un acierto que no dispusiéramos de todos estos complejos artilugios  digitales, porque esta circunstancia incentivó a nuestra imaginación, así cuando lo creíamos necesario, fabricábamos con arte y destreza nuestros propios juguetes. Para este fin, utilizábamos  cualquier tipo de  material metálico o de madera y le dábamos la forma adecuada que nuestra imaginación requería. Cualquier lata de conservas, o caja de cartón, nos servía para elaborar nuestros propios juguetes. No hay duda de que se dio aquella  situación a causa de la incertidumbre y la precariedad   económica y social que   se vivía por aquellas décadas  y que no dejaban más alternativa que la autogestión. Pero también hay que reconocer que este hecho hizo que conociéramos el valor esencial de las cosas y el esfuerzo que a veces suponía encontrar el material adecuado para fabricar un determinado cachivache que necesitábamos para jugar. Obviamente la situación social y económica que se vive en la actualidad nada tiene que ver con la de aquellos inciertos  años a los que me refiero.  A día de hoy estamos en otro contexto económico y social más favorable,  razón por la cual ningún niño  se ve en esa tesitura de tener que  fabricar por imperiosa necesidad sus  propios juguetes.  Además creo que han perdido toda habilidad para cuanto se puede hacer con las manos, pero en cambio son muy expertos en manejar todos los cachivaches digitales que se les ponga por delante, los cuales han modificado su visión sobre las cosas.
 
Quiero que conste que lo aquí expresado  con cierto deje nostálgico, para nada se trata de hacer un juicio de valores,  sino de rescatar del olvido esos juegos tradicionales que se han ido sucediendo a través del tiempo de generación en generación y que por mor de la tecnología ha desaparecido su práctica. También quiero expresar,  que  ni antes era  mejor, ni ahora resulta  peor    la forma  que tienen de  jugar  los niños. Sólo son diferentes,  sin más. En la disyuntiva de tener  que elegir una de las dos,  me quedaría con la forma antigua, no porque la viviera y disfrutara in situ, sino porque a la hora de jugar en grupo  al aire libre pienso que  se crea más camaradería, y  desde luego nada de aislamiento y soledad como es norma común hoy en día. Y en especial porque es una manera de experimentar el mundo que te rodea.   Es un axioma el que      todo   ha evolucionado y por consiguiente es lógico que  haya cambiado las maneras de jugar.   Aunque a veces me da por reflexionar detenidamente  acerca de si toda esta progresiva   evolución que hemos ido experimentando con el transcurrir del tiempo, no se  habrá acabado por convertirse  en involución por hacerse todos sus cambios incontrolables e insalubres   para la salud mental y física del niño. Me parece obvio el que cuando les regalan uno de esos teléfonos inteligente, comienzan a perder su inocencia infantil.  Resulta incuestionable que el mundo de hoy en día ofrece al niño más posibilidades. La cuestión es saber utilizar de forma adecuada  toda esa amplia y variada oferta de juegos digitales que existe en el mercado.  Pero me temo que no se hace. Y en ésta estamos.
 
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