Al parecer los expertos prevén que en el año 2050 seremos aproximadamente unos 10.000 millones de personas los que habitarán el planeta. En estos momentos nos acercamos bastante a esta cifra porque a día de hoy parece ser que andamos por los 7.800 millones. La verdad que de forma exponencial va creciendo de manera alarmante. Para muestra, comentar que en el año 1970 del siglo éramos unos 3.700 millones, con lo cual en la actualidad se ha duplicado esa cifra. Muy preocupante resulta este progresivo crecimiento de habitantes porque esto se traduce en estómagos que alimentar y obviamente supone a su vez alimentos que hay que producir para alimentar a tantísimo estómago. Por desgracia a muchos no les llega, o si lo hace es insuficiente. Aparte de las corruptelas políticas o las injusticias en el reparto equitativo de los productos alimenticios por parte de los gobiernos de turno, lo que está deja bien a las claras que la superpoblación del planeta supone a su vez la sobreexplotación de la agricultura y esto conlleva a una palmaria carga sobre el ecosistema. Porque la elaboración de esos productos alimenticios genera una gran huella del C02, que según tengo entendido es el gas que más contribuye al calentamiento global, auténtica amenaza para el planeta. Porque queramos o no, la grave problemática del medio ambiente sigue latente, con su interminable riesgo, por mucho que la letal pandemia del coronavirus involuntariamente la haya relegado a un segundo plano: como si nos hubiéramos olvidado de ella hasta aparentar que no existe. Por razones de vida el último año nos hemos preocupado más a salvarnos el pellejo que a responsabilizarnos o comprometernos con el cuidado el medio ambiente. Y resulta evidente que si se genera una hecatombe de grandes dimensiones trágicas proveniente de la Naturaleza, todo por causa de las constantes agresiones que recibe por parte del humano, no va a ver ni medidas sanitarias ni restrictivas, ni vacunas que nos salve el pellejo. Sino al tiempo. Así que ojito con esa nuestra falta de responsabilidad con el medio ambiente porque acabará convirtiéndose en una especie de Karma; ya saben: lo que das recibes.
Un reciente estudio llevado a cabo en la Universidad de Santiago de Compostela y publicado en una revista científica, nos informa de las proyecciones climáticas y sus gigantescas olas de calor las cuales prometen que de seguir con la insostenibilidad que sufre el planeta, cuando transcurran unos 30 años en España podremos alcanzar las mismas asfixiantes temperaturas que hoy se dan en Irak. Son muchos los expertos que advierten del peligro de una situación catastrófica que aún está por llegar. Por esta razón intentan dar con alguna receta que trate de poner freno el avance. En ello deberían implicarse los gobiernos, que son los que tienen la responsabilidad de elaborar y ejecutar políticas salvadoras, pero por desgracia no están actuando con contundencia. Por lo cual, todo cuanto esté a nuestro alcance debiéramos poner en práctica todo a fin de que sirva de ayuda a los susodichos expertos. Como por ejemplo la reducción de la ingerir carne, en especial de origen vacuno y de oveja. No se trata ahora de convertirnos de la noche a la mañana en vegetarianos o extremistas veganos. Simplemente se trata de dejar de consumir un día o dos a la semana carne de esta procedencia. Además de ayudar al planeta también sirve para mejorar la salud de la personas. Está claro que una dieta que limitara el consumos de carne, reduciría las emisiones de carbono a la mitad, en comparación con lo que supone consumir este producto a diario, así de esta manera estaríamos haciéndole frente al cambio climático y sus efectos desastrosos. El sistema de alimentario sostenible que ha habido durante siglos debido a que el planeta no sufría de superpoblación, se ha ido desequilibrando de manera progresiva y en estos momentos es el responsable de una cuarta parte de las emisiones de gases con efecto invernadero en todo el mundo. Más de la mitad de esas emisiones corresponden a productos de origen animal, en especial los que provienen de las vacas y ovejas porque todo el proceso que se lleva a cabo para la obtención de su carne resulta de lo más contaminante. No es únicamente por el gas metano que liberar con sus flatulencias, sino por la deforestación que provoca el cultivo de forraje y pastos, tan necesarios para su alimentación. Obviamente con sencillos cambios que lleven implícitos compromiso y responsabilidad de forma generalizada es posible que podamos reescribir de forma positiva el futuro. La realidad nos obliga a pasar a la acción porque nuestra forma de vida(y de consumir) está acabando con los recursos naturales y poniendo en jaque mate la supervivencia del planeta. Es posible alimentarnos cuidando el entorno natural, por eso no hace falta dejar de consumir carne, o comprar en tiendas cuyos alimentos han sido procesados industrialmente, todo por creer que ésta resulta una forma más eficaz y más responsable con la sostenibilidad del planeta. Como ya he comentado, son los pequeñas acciones compartidas a favor del medio ambiente quienes pueden conseguir frenar ese preocupante avance del calentamiento global que como espada de Damocles pende sobre el entorno de este atribulado planeta llamado Tierra que sigue estando al borde del abismo porque lo que antes eran amenazas se está transformando en hechos consumados en estos momentos. Lo que queda bien claro es que un simple cambio de hábitos puede tener una repercusión importante sobre el medio ambiente y eso es algo que esta al alcance de todos.