lunes, 31 de agosto de 2020

A VUELTAS CON LAS MASCARILLAS

La crisis que se ha originado a cuenta de la pandemia del Covid-19 y su denominada nueva normalidad ha supuestos muchos cambios para la población española. Uno de esos sustanciosos cambios es la obligación por orden ministerial de llevar mascarillas en la vía pública como medida preventiva de contagio.  Razón por la cual    los ciudadanos españoles  nos tapamos boca y nariz con este elemento de prevención y de higiene. A mi personalmente me    resulta una incomodidad supina tener que llevar la mascarilla  encima la mayor parte del día. Pero no queda más remedio que cumplir la norma bien por responsabilidad o por temor a ser multado  por cualquier agente del orden público si   te ven en la vía pública sin ella puesta. El caso es que por una u otra razón mayoritariamente todos llevamos la mascarilla del miedo colocada en su sitio.  Historicamente   durante siglos las mascarillas han sido un símbolo de secreto, necesarias para amenazar cuando las portaban los antiguos bandoleros, o para esconder la cara agujereada del leproso y por supuesto que era la excusa perfecta para “pecar” durante carnavales o cualquier otra fiesta al uso. En cambio hoy en día todos vamos tapados con la máscara del miedo, pero no como a símbolo secreto, sino como una medida de protección contra la amenaza letal que representa la pandemia. Por esta causa se ha convertido  en un gesto cotidiano al llevarla encima todo el santo día; como   también ha dado pie   al nacimiento de un lucrativo negocio. La obligatoriedad de uso hace que la demanda de este elemento no deje de subir convirtiéndolo en una vía de negocio por la que cada vez apuestan más empresas. Lógico cuando han visto lo rentable que resulta. Ya dice el refrán que “aquí el que no corre, vuela”. Un claro ejemplo de este fructífero negocio guarda relación con las farmacias ya  que durante el pasado mes de mayo, según un informe de la consultora de salud HMR, vendieron 42,5 millones de unidades de mascarillas de todo tipo, lo que supone un negocio de más de 100 millones de euros. Y así suma y sigue porque desgraciadamente la pandemia no tiene indicios de que desaparezca a muy corto plazo. A estos datos hay que añadir las ventas que se han realizado más allá de las farmacias a través de tiendas, supermercados e incluso plataformas digitales como Amazon. Como se ve todos se han apuntado al carro de este nuevo comercio   por los pingues beneficios que genera. Lo que me resulta hasta cierto punto  inverosímil es  el hecho de que hace tan solo medio año, al comienzo de la crisis sanitaria,  el conseguir una mascarilla era auténtica tarea de titanes,  en  cambio ahora en cualquier establecimiento comercial puedes comprarla sin problema alguno    tanto en una farmacia, lugar más más lógico para su venta,  como  en una ferretería. Esto se debe a la fuerte demanda -con la llegada de la pandemia se disparó hasta en un 10.000%- de estos elementos que obligaron a muchas empresas a reorientar su actividad, al principio por la necesidad de material para los sanitarios y ahora por la  rentabilidad de su comercialización.  No hay duda de que la capacidad de hacer de necesidad virtud es habitual en nuestras sociedades de mercado. Razón por lo cual, hay muchos empresarios, pequeños y mayores, que continúan empeñados en aprovechar la ocasión.


 
 
Como bien sabéis,  al principio la inmensa mayoría de las máscaras eran normalmente iguales. Tenían ese aspecto hospitalario cuando tenían sentido y eran exclusivamente de uso para los profesionales de la sanidad. Pero progresivamente fueron dejando ese aire aparentemente igualitario y, aparte de su utilidad intrínseca, sirven, como todo el resto en esta sociedad de mercado tan excluyente, hasta cierto punto para mostrar las diferencias. Supongo que quien más o quien menos se habrá dado cuenta que la industria de la Moda, con sus famosos modistos en cabeza, aprovechando la coyuntura, se ha lanzado a diseñar lo más fashion en cuanto a mascarillas. Inventando sus propios códigos y sofisticadas colecciones, de tal color o tal diseño, así como material o dibujo. Desde luego que existen actualmente una industria dispuesta a convencernos de que esta o aquella otra son justo lo que estábamos buscando para la ocasión. Eso sí, al estar confeccionadas con tan sofisticado diseño, su precio oscila entre 80 y 100 euros cada ejemplar. Así como lo oyen: 100 eurazos de nada cada una. La cadena de supermercados Lidl, por ejemplo, sacó a la venta una colección con diseños de Agatha Ruiz de la Prada que se agotó en un solo día. Pero según tengo entendido   de lo recaudado donó 250.000€ a Save the Children para proyectos sociales. Me parece loable que  haya habido por medio un gesto solidario, pero aún así, no deja de resultarme absurdo   que por el simple hecho de ser diseñadas por tan afamada y aristócrata modista se agotaran en un solo día todos los cubre bocas puestos a la venta.  Por otra parte, comentaros que la industria de la moda ha incorporado las mascarillas sanitarias a sus desfiles, tanto como medida preventiva como convirtiéndolas en un nuevo complemento, con diseños atrevidos, lujosos o acordes a los estilismos presentados en las pasarelas. Me parece disparatado  que este producto higiénico sea exhibido en las pasarelas; como también exhibido por los famosos influencers en las redes sociales,  potenciándolo  como una moda insana y   apostando por tener la mejor foto en su “feed” de Instagran. Según mi criterio,  con tan descabellada  actitud están frivolizando este serio asunto de las mascarillas contra el Coronavirus.  Los influencers en vez de crear conciencia sobre como realmente se debería utilizar este producto lo que están haciendo es un “ postureo exhibicionista”    muy preocupante al potenciar su uso estético en detrimento del práctico.  ¿Esto del exhibicionismo vía Instagrán  forma parte de la nueva normalidad o se debe más bien  a que la estulticia del ser humano es infinita?. Hay dejo la pregunta.