miércoles, 20 de febrero de 2019

SER DE NINGUNA PARTE


 
 
Según afirma el refranero popular, “el buey  es de donde pace no de donde nace”.  En mi opinión este refrán nos viene a decir   que el sentimiento de pertenencia a un lugar, lo dan las condiciones de vida, más que el simple nacimiento que no deja de ser algo accidental. Por tanto te recomienda reconocer más  la tierra que te acoge y hacerla tuya, tanto o más que aquella de donde proceden tus orígenes.    Es obvio el que las enseñanzas que provienen de  sabiduría popular conllevan mucho acierto, pero también hay que concederlas su margen de duda. Como en este caso en el que yo personalmente discrepo acerca de su recomendación.  En parte puede que esté de acuerdo sobre las intenciones que  promueve, pero esto no es óbice para que renuncie a cuestionarlo  por que no me acaba de convencer del todo su moraleja. A mi juicio, pienso que  ese  sentimiento de permanecer a un determinado lugar tiene otras intrínsecas connotaciones que van más allá de donde pace o deja de pacer ese supuesto buey, el cual  de forma metafórica trata sentar cátedra acerca de  la permanencia de las personas. Cierto es, que lo verdaderamente importante es que debiéramos considerarnos de aquellos  sitios donde se nos quieren y se nos acepta incondicionalmente. Pero no resulta muy sencillo que así sea, porque ese arraigado sentimiento  metafísico de pertenecer al lugar de donde proceden nuestros orígenes, la mayoría de veces se transforma en un   vínculo  tan consistente que la " pacedura de ese supuesto  buey"   no tiene la suficiente capacidad para   poder fracturar.  Por otra parte, tengo entendido que este animal tiene querencia a ir en busca del lugar de donde proviene a la hora de  morir. Si esta circunstancia  resulta  totalmente cierta ,  ¿ no les parece que el concepto esencial del refrán aparentemente queda desmontado? 

 
 
En relación a este tema, os comento que yo  en primera persona he experimentado la incertidumbre de no saber realmente a dónde pertenezco  por el hecho de que algunas personas cuestionan mis orígenes.  Aunque yo al respecto creo tener   despajadas todas las dudas, hay  algunas personas que se empecinan en que  resulte todo lo contrario. Puede que me importe un ardite su terquedad, pero esto no es óbice para  que en ocasiones me resulte bastante molesto. Hago este comentario a cuenta de que  mis orígenes proceden de León.  Fue en una pequeña localidad de esta provincia donde nací y   residí  de continuo en la misma localidad  hasta casi el final de mi adolescencia. Por circunstancias de la vida y otras necesidades vitales a mediados de la década de los setenta del siglo pasado,  emigré hacia   Euskadi.  Desde entonces he permanecido  en este lugar norteño  tratando de adaptarme a su vida y sus costumbres. Confirmo que esta tierra vasca desde el principio me ha acogido  abiertamente y en la medida que he podido, o me ha interesado, he procurado integrarme dentro de  su idiosincrasia en general. Al haber permanecido más de 40 años en esta tierra, nada de ella me resulta extraño, y  a raíz de tan larga permanencia, con Euskadi tengo un cordial vínculo de respeto y estima porque ya se sabe que de “bien nacido es ser agradecido”. Pero quiero dejar constancia que este adoptivo vínculo que me une a la tierra vasca  para nada   ha conseguido generar en mí un de descastado  sentimiento que me haga renunciar a   mis raíces. A pesar de  cada vez que regreso al lugar  donde nací sigo escuchando a algunos individuos, no se si con aviesas intenciones,    la cansina  monserga de costumbre y que no es otra que  negarme mi originaria identidad  y tildarme de "vasco” por el simple hecho de vivir en Euskadi.  No suelo tomárselo seriamente en cuenta, pero quieras que  no,  esta desconsideración al final termina por resultar ofensiva. En cambio,  paradójicamente en Euskadi me consideran lo que realmente soy: leonés.  Afirmación totalmente cierta  y además  pienso que carece  de   retorcida intención. No hay duda de que  si ambas consideraciones  me las tomara a pecho,  acabaría por sentir un  desarraigo preocupante. Como también es probable el que   me  invadiera una sensación  tóxica,  la cual me hiciera sentir  que  no pertenezco  a ningún lugar y me encuentro de forma permanente en tierra de nadie. Y como broche final,  no tener más remedio   que escuchar  de forma continua   esa archiconocida canción que  interpretó en su día  el famoso cantante argentino Facundo Cabral, la cual dice así: “Ni soy de aquí, ni soy de allá…” Porque estoy convencido que tristemente se convertiría en   la banda original de mi vida.
 
En realidad me resulta bastante complejo  hablar sobre este tema porque están implicados de forma especial los sentimientos, y al jugar  éstos un papel fundamental, resulta fácil  lastimar a nuestra sensibilidad por cualquier comentario desacertado. Pero resulta palmario que cada uno es libre de sentir, o afirmar de manera concluyente,  que no pertenece al lugar donde nació accidentalmente, sino a aquel donde cree que  mejor lo aceptan y lo acogen. También resulta respetable esa   idea de quien considera pertenecer  al mundo. Desde luego que el concepto de ser ciudadano del mundo siempre lo he encontrado atractivo y sugerente. No sé yo si al final con esto de la globalización todos acabaremos siendo cosmopolitas.  En fin; que hasta que hipotéticamente sea una realidad lo de ser cosmopolita,  seguiré como hasta ahora: perteneciendo a la tierra  de mis orígenes y sintiendo esa querencia especial que en este hecho metafísico se  genera. También sintiendo a través de esta circunstancia la única y verdadera patria, siempre que tomemos como deferencia   esa sentencia lapidaria del    poeta R.M. Rilke, donde afirma de forma taxativa  que “la única patria del hombre es su infancia”. Y como en  tierras leonesas trascurrió esa etapa tan trascendente   en nuestra  vida como es la niñez;   entonces ¿ dónde podré sentir o hallar mejor  patria que en el lugar de donde proceden mis orígenes ?
 
prueba

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