Simplemente vivir.
Es obvio que la adversidades que se suceden con el pasar de los días deben formar parte de nuestra manera de vivir, por el simple hecho de que solventarlas positivamente hará que se fortalezca nuestra salud mental. En buena medida, los infortunios de la vida siempre acostumbran a estar muy presentes en nuestra vivir cotidiano. Surgen sucesivamente cuando la ocasión lo requiere. Y es que vivir, por definición, es perder algo, no completar cuanto ansiamos, no conseguir nunca del todo de lo que deseamos. Esto hace que vayamos dejando posibilidades por el camino: esos sueños que no conseguimos cumplir y que probablemente queden enterrados en el olvido. Pero que en infinidad de ocasiones suelen arañarnos el corazón. Inevitablemente, y por ley de vida, también vamos dejando atrás, nuestra infancia, adolescencia, juventud; la vejez no quedará atrás por que obviamente asumimos que ella será quien finiquitará nuestro vivir. Pero tampoco nos pongamos tristes, por estas pérdidas inevitables Mejor las llenemos de gratitud porque a raíz de esas pérdidas y carencias hemos ido logrando desarrollar otras realidades; otras posibilidades que hay que saber habitar con el optimismo adecuado. Sin desmedida euforia para no caer en fustracciones: nunca obsesionarnos con lo que no tenemos, y disfrutar más de lo que poseemos. No cometas el error de pensar que la verdadera vida es la que no vivimos. Está claro que hay que saber sobrellevar las cotidianas pérdidas, vivir sin que los desmedidos deseos no vuelvan tarumba, ni inventarnos futuros en plenitud felices, porque cuando la realidad aparezca, el bajonazo anímico que sufriremos puede ser terrible. En resumidas cuentas, de lo que se trata es que cuando llegue el final de nuestros días, sintamos felizmente la sensación de que vivir fue una experiencia única e irrepetible.
Amor y odio.
Me resulta totalmente incuestionable el que la vida de las personas que han estado en contacto con nosotros, con sus defectos y sus virtudes, y que fallecen se quedan en la memoria de los que aún permanecemos vivos. Tantos aquellos que hemos amado, apreciado, o tenido respeto; como a los que hemos odiado o nos han caído tan horrorosamente mal que han resultado ser como ese dolor que por desgracia llega a nuestra vida, no de paso, sino para quedarse de forma permanente. Tal como índico, todas estás personas muertas y que han estado vinculadas por desigual motivo a nosotros, se quedan en la memoria, pero obviamente el sentimiento y el recuerdo hacia cada uno de ellas por pura lógica es diferente. Aquellos a quien hemos profesado amor recíproco, permanecerán por más tiempo en la memoria, y con toda seguridad trataremos de continuar pronunciando emocional y cariñosamente sus nombres a fin de que no se mueran del todo. En cambio, a quien nos empuja un sentimiento de animadversión a la hora de recordarlos por circunstancia nada agradables, intentaremos pasar página en la memoria con el fin de que lo antes posible caigan en el olvido. Aunque hay que reconocer que, a nuestro pesar, nunca lograremos que desaparezcan definitivamente de nuestra memoria esos repentinos intervalos que los rescata del olvido y hará que revivamos lejanos momentos desapacibles por que la vida nos podrá de forma inevitable en esa tesitura. Para nuestra tranquilidad, esas personas serán más pasto del olvido que del recuerdo. Porque estoy convencido de que tanto en la vida como en el más allá, el amor tiene el potencial suficiente para prevalecer sobre el odio. Por suerte el amor donde esté continuamente es el único que podrá salvarnos de todos lo infortunios que el destino nos tenga reservados. El rencor incluido.
Tenpus fugit.
Dejó escrito el ilustre poeta Antonio Machado, aquello de "que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar". Efectivamente que vamos pasando, y a su vez, dejando huellas a lo largo de este nuestro recorrido existencial. Como también vamos dejando ausencias, vacíos, sueños imposibles, amores perdidos y por supuesto que vamos dejando pasado, pero éste nunca lo dejamos relegado en el olvido, sino guardado en los bolsillos de la nostalgia y de vez en cuando rebuscando en su interior encontramos momentos que nos llevan a lugares lejanos, de los que nunca volvemos, porque nuestra esencia permanece allí eternizada, máxime si en ese lugar está la génesis de nuestra vida. Y seguimos pasando, en ese inevitable tempus fugit para hacernos sentir que el tiempo es inaprensible, no puede detenerse ni hacerse retroceder. Todo se acaba. Por tanto, sería provechoso tener siempre muy presente el Carpe Diem; ya saben: tratar de vivir el momento, disfrutar del instante que es fugaz el tiempo. Porque resulta evidente que aquí estamos tod@s de paso, mientras más momentos felices podamos disfrutar, con mayor agrado notaremos la sensación de haber aprovechado el tiempo de vida que nos ha tocado vivir. Ya se que hoy en día vivimos de sobresalto en sobresalto, por causa de que el mundo es un verdadero drama, pero aún así, es necesario apostar siempre a favor de disfrutar el momento, vivirlo con intensidad, porque ni el tiempo, ni la vida esperan
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