Considero que no existe enfermedad más digna de compasión que la de quien no se halla a gusto con su cuerpo. Por desgracia viene a ser una enfermedad endémica esta circunstancia. Verdaderamente ese comentario de que la belleza es invisible y sólo se ve con los ojos del corazón, tal como aparece escrito en el libro “El Principito”, como frase queda muy cool: muy bonita cara a la galería afín de aparentar ser estupendos al pronunciarla públicamente. La realidad viene a ser otra cosa bien distinta. Ciertamente la belleza exterior se podía catalogar como una existencia objetiva que establecen en cada momento unos cánones volubles que muy a menudo acostumbran a mostrarse en las redes sociales, en especial Instagrán. Pienso que la medida de la belleza no la determinan unas modas absurdas y frívolas, sino la aprobación satisfecha con los dones con que la naturaleza a dotado a nuestro cuerpo serrano. Todo depende de la mirada de otra persona que nos elige por razones menos absurdas, como por ejemplo unas tetas pletóricas. Lo que está claro es que siempre resultará satisfactoria una de esas miradas sinceras, limpias de prejuicios y complejos, que nos acepte tal como somos, con nuestras decrepitudes y adiposidades, con nuestras huellas en la piel que dejan las decorosas arrugas, con los cómodos michelines. Miradas que nos reconfortan, nos enaltecen, que enorgullecen nuestras flacideces, la galopante alopecia, y ese culo fondón que se convierte en suplicio, o la la celulitis que desborda nuestros muslos; como también toda nuestra piel que progresivamente se va agrietando por las temidas o benditas patas de gallo. Este tipo de miradas es un bien escaso en estos tiempos actuales por culpa del influjo pernicioso de los cánones estéticos. La publicidad nos martillea con mensajes muy tóxicos; mensajes de rebeldía y hedonismo siempre juvenil: se auténtico, pero sin arrugas, que no delaten tu decrepitud física. Son miradas que la mayoría están infectadas por esa avidez de perfección física, que como una epidemia contagia la obsesión rejuvenecer nuestros cuerpos. De manera estúpida olvidando que las células humanas están programadas para deteriorarse, por mucho que nos obsesionemos con alcanzar la eterna juventud a base de todos esos potingues reparadores que el mercado de la estética ofrece. Obviamente el tema de lograr la eterna juventud viene ya desde tiempos ancestrales. Los antiguos griegos ya estaban obsesionados con la juventud perpetua o la vida eterna.
El modus operandi de los humanos de hoy en día es bien parecido al de los antiguos griegos en lo referente la inmortalidad y la obsesión de escapar al flujo irreversible de los años. Recuerdo que meses antes de la aparición de la pandemia patógena varios científicos de Silicon Valley se hallaban inmersos en la investigación de como alcanzar una longevidad inimaginable. Pero llegó de improviso el Coronavirus y todo se fue al traste. La prioridad fue conservar la vida no tratar de alargarla hasta el infinito. Supongo que todos estos científicos que trabajan en la "meca de la tecnología y el "frikismo" habrán retomado sus investigaciones y continuarán con este complejo asunto de hacernos más longevos, una vez que aparentemente hemos recobrado la normalidad y con ello retomamos la vida donde la dejamos. Desde luego que la pandemia nos ha hecho ver lo frágiles que somos porque un diminuto microbio nos puso con toda su crudeza delante de la muerte. Pero me temo que aún así, la obsesión por alcanzar la longevidad extrema hará que nos olvidemos de nuestras fragilidades y así continuar en la carrera científica por lograr ser más longevos en el futuro. O al menos seguir manteniendo ese afán de conseguir ser perpetuamente jóvenes. Para lograr este objetivo tenemos a nuestro alcance un sin fin de clínicas de cirugía estética. El cirujano plástico como una figura benéfica y salvadora, providencialmente nos repondrá de todos los estropicios que la naturaleza y el tiempo han causado en nuestro cuerpo. Aunque no hay que olvidar que los traumas y complejos son trastornos psíquicos cuya curación no se consigue a través del bisturí. Pero esto no importa, porque existe una legión de personas, tanto del sexo femenino como masculino, de continuo peregrinando hacia estas clínicas " milagrosas". Son auténticos mendigos de una juventud ficticia que prefieren convertirse en inquilinos de quirófanos antes que aceptar el veredicto ineludible de la edad que se tiene. Sobre este asunto de la cirugía plástica, me parece un hecho aberrante y cuando no delictivo por parte del cirujano, cuando las operaciones van dirigidas contra adolescentes a quienes sus padres premian con correcciones anatómicas por haber sacado buenas notas en clase. Por desgracia esto no ocurre esporádicamente, sino que va creciendo a pasos agigantados. Yo me pregunto, ¿qué código deontológico rige la actividad de esos cirujanos cuando a la ligera hunden el bisturí en una carne apenas púber? Considero a todas luces un acto delictivo esta acción del cirujano. Un delito parecido cometen también estos padres inconscientes a cuenta del regalo “envenenado” que alegremente le hacen a su hija. Considero que tanto el cirujano por su praxis delictiva como los padres por tan abyecto proceder se merecen penas de cárcel todos ellos. En definitiva para redimirnos de nuestras miserias lo que realmente necesitamos es una mirada limpia, y si complejos y prejuicios, que entiende que el cuerpo verdaderamente hermoso es aquel que se convierte en un lugar hospitalario de los años donde convivimos con las canas, la alopecia, las arrugas, las varices, los achaques, los kilos de más y todos los signos y los surcos de la vida que nos ayudan a que envejezcamos con la mayor dignidad posible.
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