viernes, 6 de marzo de 2020

LA INMEDIATEZ


La inmediatez es un fenómeno que lamentablemente se ha instalado en nuestra actual cultura, o sistema de vida. Esa necesidad imperiosa de tenerlo todo, o conseguirlo, sin espera alguna es evidente que resulta a día de hoy uno de los males predominantes de la sociedad occidental, pero paradójicamente se rinde un culto desmesurado a la inmediata satisfacción de los deseos.  Es obvio que las cosas bien hechas llevan su tiempo, su proceso.  Pero por desgracia no las dedicamos el tiempo necesario.  Además las grandes e importantes cosas de la vida, a mi juicio, se van construyendo poco a poco. Con la paciencia necesaria y la requerida persistencia, y por supuesto que siempre con actitud positiva. No se porqué de forma generalizada nos ha entrado esa maldita manía de “lo quiero pronto; pero yá”. Se trata del cortoplacismo predominante  de esta sociedad vertiginosa que nos ha convertido, no se si esclavos o adictos de las urgencias. Todo aparentemente rezuma prisa y aceleración. Es evidente que la prisa resulta mala consejera, de ahí el motivo  por lo cual nos perdemos muchas de las cosas esenciales en la vida. No se puede, o no se debe más bien, vivir en un estado de permanente prisa, porque tarde o temprano acabará por pasarnos factura, tanto a nivel físico como psicológico. Creo que por esta razón hay que adaptarse a un estilo de vida más calmado. Donde la pausa y la paciencia imperen.  Todo con el fin de evitar esos momentos de agobiante estrés, los cuales acostumbran a   generar nocivas consecuencias en nuestro estilo de vida. De lo que no tengo duda alguna   es que la cultura de la inmediatez ha dejado a un lado la reflexión y el espíritu crítico. En mi opinión, subjetiva por supuesto, esta circunstancia aparentemente nos convierte en acelerados y embrutecidos  autómatas inmersos en una sinergia de vivir por y para las prisas. Resulta axiomático que esta forma de vida acaba siendo, no ya estresante, sino agotadora. Con el agravante de que la actividad frenética pone en riesgo nuestra salud mental.  Me preocupa mucho esta sociedad que está  a rebosar de   adictos a que todo se obtenga a corto plazo.  Como también  al querer percibir cualquier recompensa  de manera inmediata.  Este hecho a priori la única compensación que se acaba obteniendo es la insatisfacción más deprimente.

 

 

Gran parte de culpa de este apremiante culto a la inmediatez  pienso que es por causa  de la tecnología, cuyo poder omnímodo resulta palmario. Los avances tecnológicos  han acabado por distorsionar la realidad  e influenciar nuestras vidas. Razón por la cual  de manera inconsciente  parece que todo lo queremos conseguir en cuestión de minutos, porque así es el funcionamiento de las nuevas tecnologías: todo al instante. Porque no me negarán  ustedes que, a través de Internet,  la rapidez con que nos podemos comunicar con otras personas que están físicamente a miles de kilómetros alejadas de nosotros es casi de ipso facto.  Por tanto la tecnología actual es la herramienta perfecta   para beneficio de este sistema capitalista occidental del cortoplacismo. Dentro del mismo  todo gira en torno a la urgencia,  “a la vida express”: una  auténtica vorágine de lo inmediato, sin duda. Por otra parte, comentaros que   hasta se han inventado, o elaborado- ¡vete tú a saber!- la llamada comida rápida para personas con ritmo de vida acelerada.  Me parto de risa tía Felisa, cuando oigo nombrar todo cuando está vinculado  al concepto de la comida rápida. Un estilo de alimentación para consumir rápidamente en los establecimientos especializado, o en plena calle si la urgencia es apremiante. Está claro   que se trata de comida basura: una bomba repleta de componentes perjudiciales  que originan graves consecuencias para la salud física como para la mental. Pero la obligación y la urgencia mandan.  No da lugar al deleite gastronómico tan apremiante circunstancia. Por lo cual, "un tente en pie" rapidito y funcionar lo antes posible.

Según mi criterio, el culto de la inmediatez de algún modo va ligado al ritmo que nos marcan las redes sociales y también los medios de comunicación, donde lo instantáneo es su leit motive y su modus operandi. Es como si nos dieran a entender que la vida van tan deprisa que no hay tiempo para nada, por eso de alguna manera nos obligan, o quizá imponen, la condición de quererlo todo al instante, de resolverlo de inmediato,  por temor a que nos falte el tiempo necesario. Vivir en la era de la inmediatez, como por desgracia a día de hoy vive la mayoría de personas, ha hecho que seamos cada vez más impacientes. Hemos perdido esa sugestiva capacidad de esperar. Parece que anduviéramos en un sin vivir de continuo y sometidos a la impaciencia. Para nada disfrutamos de lo que se hace porque la prisa nos hostiga a fin de no dar tregua al vertiginoso ritmo de nuestras vidas. No hay duda de que este hecho obstaculiza la reflexión antes de tomar decisiones y a la verdadera resolución de los problemas. Resulta una auténtica pena el que esta sociedad de forma mayoritaria esté contagiada por las prisas, los deseos de cumplimiento inmediato y de que las novedades sustituyan sin cesar a otras novedades, por que ya se cataloga de antigualla lo sucedido o  elaborado  ayer mismo. También el  que haya eliminado en gran parte de su “manual” la calma a fin de que sepamos disfrutar del placer de la espera, me parece  descorazonador y preocupante. Porque estoy convencido de que las  prisas y la impaciencia vierten sus pequeñas dosis tóxicas en nuestra mente. Está claro que ante una sociedad que no sabe vivir de forma pausada y con tanta velocidad sin fijarse la mayoría de veces en todo cuanto nos rodea, lo mejor, o más conveniente, es vivir a nuestro ritmo. Que seamos nosotros quienes marcamos las pautas y la velocidad con la que queremos que transcurra nuestra existencia. Siempre teniendo en cuenta al resto de la humanidad, claro está. Pero sin que nada ni nadie nos ponga en la tesitura de correr más de lo debido.

 
prueba

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