Al parecer los pueblos deshabitados constituyen un desolador paisaje más en España. Resulta triste reconocer este fenómeno
social tan preocupante como es el creciente abandono de los pequeños pueblos
y aldeas que se van quedando vacías. Pero así es. El inicio de éste fenómeno según tengo entendido
se originó a partir de la década de los años
sesenta del siglo pasado, cuando miles de personas, debido a las escasas oportunidades para trabajar en la agricultura, empezaron un progresivo
éxodo rural hacia las emergentes ciudades debido a su desarrollo industrial y al sector de servicios. Todos ellos emigraron en busca de unas mejores condiciones de vida para su futuro y también por esas comodidades que el
progreso les ofrecía y que en los pequeños núcleos urbanos
donde estaban asentados carecían de ellas por culpa de que sus precarias infraestructuras no
tenían posibilidad alguna de ofrecérselas. Máxime por aquellos duros
años de infausto recuerdo, los cuales coincidieron con los estertores
de la posguerra civil, donde a mi juicio, en las pequeñas poblaciones todo se desarrollaría bajo los efectos de una insuficiente y generalizada economía de supervivencia. Pero
aquel éxodo de entonces hacia las grandes urbes de los habitantes de los pequeños pueblos y aldeas lamentablemente a día de hoy no ha cesado. Cierto que en menor medida debido a que los pueblos se quedan sin jóvenes con intenciones de emigrar, pero aún así, continúa el progresivo goteo contribuyendo a que la despoblación cada vez se esté
consolidando más, haciéndose extensible por toda la geografía peninsular.
He leído que alrededor de 3.000 pueblos y aldeas en la actualidad están abandonados a lo
largo y ancho de todo el país. En las comunidades autonómicas de Castilla y León,
Galicia y Aragón son las que más alto índice de despoblación se está dando.
Tanto en éstas mismas comunidades como en las del resto del territorio español,
en este momento existen también
infinidad de pequeños pueblos donde si nadie pone remedio con algunas medidas que
los haga rejuvenecer y a su vez se crean importantes perspectivas de futuro,
los poco jóvenes que quedan seguirán emigrando. Por consiguiente estarán condenados a quedar también vacíos porque el reducido número de personas
que habitan estos lugares, cada año que transcurre van envejeciendo más, y como
resulta ineluctable el que por ley natural estas personas acaben muriendo, al no existir un equilibrio que
compense la desaparición de los fallecidos con nuevos nacimientos, me temo que irremediablemente se irán sumando a la lista de los pueblos que se van quedando deshabitados.
Con
la finalidad de paliar ésta
problemática desde hace ya varios años
se ha puesto en marcha la recuperación de los pueblos abandonados. De ésta
labor se encargan diversas instituciones públicas, así como asociaciones
ecologistas y personas que desean otra
forma de vivir alejados de la contaminación y el caos de las grandes urbes. De
forma colectiva están tratando, dentro de sus posibilidades, rehabilitar algunos de estos pueblos con el objetivo de que vuelvan
a recobrar vida. Yo personalmente considero una importantísima tarea de restauración estas iniciativas porque es una forma de reivindicar la memoria y el alma de esos lugares y a su vez preservar su patrimonio que de no ser así con toda probabilidad se perdería en el olvido. Alguna de esas tareas se realizan con el fin
de que sirvan como explotación del siempre interesante y alternativo turismo
rural; en cambio otras simplemente para
vivir en ellos lejos del caótico entorno urbanita como ya he comentado. Resulta obvio
que a pesar del esfuerzo que realizan abnegadamente, y a veces altruista, todas estas personas, la
realidad continua siendo grave porque no se consigue frenar el paulatino abandono. Es
evidente que no sólo va a hacer falta voluntad y constante dedicación para
recuperar estos pueblos a base de conjuntas labores restauradoras, también es necesario
que las consejerías autonómicas del Estado a quienes compete esta problemática, se impliquen seriamente aportando medidas eficaces que eviten el que los pequeños
núcleos urbanos, en donde aún vive un reducido número de personas resistiendo
tenaces al acoso migratorio y dependiendo de una economía de subsistencia sufran
el mismo destino.
A
mí particularmente me produce muchísima tristeza contemplar a cualquiera de estos
pueblos por que me da la impresión de que se encuentran perdidos en medio de un
desolador paisaje, el cual me transmite una sensación de profunda soledad e infinito
olvido. Lugares en donde tiempo atrás seguro que hubo acogedores y humildes
hogares, pero hoy casi la totalidad de éstas
viviendas han acabado convertidas en ruinas,
donde frondosa la naturaleza en su
estado más salvaje se ha convertido en la auténtica
protagonista de este desvalido espectáculo natural y se ha hecho dueña del entorno urbano. Donde uno presiente que allí
mismo el tiempo parece que se hubiera detenido para que sus propias ausencias y
vacíos lo habitaran. En este lugar donde otrora hubo
plenitud de vida, ahora parece que sólo
la muerte es quien acampara a sus anchas en medio de una especie de sepulcral silencio que todo lo envuelve. Pueblos que parecen
haber naufragado en las aguas del progreso; en su infinito mar de indiferencia.
El legado de su Historia se está
transformando en escombros que van acompañando al
transcurrir del tiempo. Con un gigantesco manto de telarañas, como si de una mortaja se tratara, todo
se va cubriendo y la carcoma cada vez se hace más devastadora y corroe sus entrañas. Aquí ya no queda nadie para cultivar con sus manos labriegas los
campos, ni tampoco queda persona alguna
que pueda hacer tañer las campanas para que con sus particulares voces notifiquen el principio de la vida o su final. Tampoco
se oye el alboroto de los niños llenando
el aire con sus bulliciosos gritos. Ya no ladran los perros, ni el gallo anuncia
con su estridente canto que de nuevo el
amanecer regresa. No se escucha el ajetreo de carros, ni de ninguna otra máquina agrícola.
Sólo este silencio que parece eterno y lacerante y que nos hace concebir la desoladora
visión de un pueblo fantasma, y más que abandonado, siento que por su destino ha sido derrotado.