Es
evidente que la infancia de hoy en día es muy diferente a la de hace unas
cuantas décadas atrás. Esto se debe a que la televisión, Internet, las
videoconsolas, y en especial el smarphone, han sustituido aquellas largos
y agradables momentos donde la diversión de los niños al aire libre era una práctica
constante. Hoy lamentablemente los susodichos momentos han pasado a mejor vida. Y me entristece que esto haya ocurrido porque ha motivado que desaparecieran todos esos
juegos clásicos y saludables que se
han practicado desde tiempos ancestrales y que a su vez se fueron transmitiendo a través de las sucesivas generaciones. Me estoy refiriendo a juegos como: la comba, el castro, el escondite, la goma, las tabas, el chorro
morro pico tallo, el corro, las canicas, etc, etc.
Estoy convencido que la mayoría de los niños de hoy en día los desconocen. De ponerlo en práctica algún niño en la actualidad sería como una rara avis. A mi juicio debieran ser
los propios padres quienes tendrían que inducirles a practicar estos juegos tradicionales con el fin de que no caigan en el olvido. Pero me temo que
a cuenta de lo supeditados que están los niños a las actividades escolares y extraescolares, les falta tiempo para
practicarlos porque los padres están pensando más en el porvenir de sus hijos, procurando encaminarlos al profesionalismo y al éxito. Por lo cual les trae al pairo al pairo que esta circunstancia conduce a los niños a saltarse etapas de su vida, o se inicien de manera precoz a otras y esto me temo que se manifestará en su carácter durante la adolescencia. Por otra parte, dudo mucho que sea por falta de tiempo el no poder ejercitar los juegos, yo diría que más bien por inapetencia o desinterés por ambas partes. Desde luego que los niños para engancharse
a la tecnología y pasarse horas
sentados delante de la pantalla táctil del ordenador o videoconsola tienen tiempo de sobra. Por otra parte, el hábito de engancharse a la tecnología para nada resulta saludable porque conduce al
sedentarismo y esto inevitablemente acaba generando obesidad. Una epidemia infantil ésta que va creciendo exponencialmente por falta de
ejercicio y con el agravante de que cada vez adelanta su momento de aparición.
Normal que cada vez aparezca de forma prematura si ya con diez años el regalo más preciado para el niño es el
sofisticado teléfono inteligente, o la
table.
Lo que yo personalmente tengo bien claro, es que gran parte de culpa de que la obesidad infantil vaya en aumento la tienen los padres por regalar a sus hijos tan perjudiciales artilugios. Desde luego que en los tiempos de mi lejana infancia, y ya ha diluviado desde entonces, no existía esta problemática de salud infantil porque, aparte de que no podíamos darnos atracones de grasas saturadas y comida prefabricada, causantes del sobrepeso, como hace la mayoría de los niños hoy en día, estábamos todo el santo día en la calle, moviéndonos de un lado para el otro practicando un sin fin de juegos. Por consiguiente, era imposible que se adhiriera toda esa nociva adiposidad en nuestro cuerpo. También hay que reconocer que por aquellos remotos años las calles eran menos peligrosas que ahora, había menos tráfico y alarmismo social, y también porque que teníamos unos horizontes limitados. Por esta razón a nosotros no nos quedaba más alternativa para divertirnos que ejercitar al aire libre alguno de aquellos tradicionales juegos infantiles. Pero según mi opinión, creo que fue un acierto que no dispusiéramos de todos estos complejos artilugios digitales, porque esta circunstancia incentivó a nuestra imaginación, así cuando lo creíamos necesario, fabricábamos con arte y destreza nuestros propios juguetes. Para este fin, utilizábamos cualquier tipo de material metálico o de madera y le dábamos la forma adecuada que nuestra imaginación requería. Cualquier lata de conservas, o caja de cartón, nos servía para elaborar nuestros propios juguetes. No hay duda de que se dio aquella situación a causa de la incertidumbre y la precariedad económica y social que se vivía por aquellas décadas y que no dejaban más alternativa que la autogestión. Pero también hay que reconocer que este hecho hizo que conociéramos el valor esencial de las cosas y el esfuerzo que a veces suponía encontrar el material adecuado para fabricar un determinado cachivache que necesitábamos para jugar. Obviamente la situación social y económica que se vive en la actualidad nada tiene que ver con la de aquellos inciertos años a los que me refiero. A día de hoy estamos en otro contexto económico y social más favorable, razón por la cual ningún niño se ve en esa tesitura de tener que fabricar por imperiosa necesidad sus propios juguetes. Además creo que han perdido toda habilidad para cuanto se puede hacer con las manos, pero en cambio son muy expertos en manejar todos los cachivaches digitales que se les ponga por delante, los cuales han modificado su visión sobre las cosas.
Lo que yo personalmente tengo bien claro, es que gran parte de culpa de que la obesidad infantil vaya en aumento la tienen los padres por regalar a sus hijos tan perjudiciales artilugios. Desde luego que en los tiempos de mi lejana infancia, y ya ha diluviado desde entonces, no existía esta problemática de salud infantil porque, aparte de que no podíamos darnos atracones de grasas saturadas y comida prefabricada, causantes del sobrepeso, como hace la mayoría de los niños hoy en día, estábamos todo el santo día en la calle, moviéndonos de un lado para el otro practicando un sin fin de juegos. Por consiguiente, era imposible que se adhiriera toda esa nociva adiposidad en nuestro cuerpo. También hay que reconocer que por aquellos remotos años las calles eran menos peligrosas que ahora, había menos tráfico y alarmismo social, y también porque que teníamos unos horizontes limitados. Por esta razón a nosotros no nos quedaba más alternativa para divertirnos que ejercitar al aire libre alguno de aquellos tradicionales juegos infantiles. Pero según mi opinión, creo que fue un acierto que no dispusiéramos de todos estos complejos artilugios digitales, porque esta circunstancia incentivó a nuestra imaginación, así cuando lo creíamos necesario, fabricábamos con arte y destreza nuestros propios juguetes. Para este fin, utilizábamos cualquier tipo de material metálico o de madera y le dábamos la forma adecuada que nuestra imaginación requería. Cualquier lata de conservas, o caja de cartón, nos servía para elaborar nuestros propios juguetes. No hay duda de que se dio aquella situación a causa de la incertidumbre y la precariedad económica y social que se vivía por aquellas décadas y que no dejaban más alternativa que la autogestión. Pero también hay que reconocer que este hecho hizo que conociéramos el valor esencial de las cosas y el esfuerzo que a veces suponía encontrar el material adecuado para fabricar un determinado cachivache que necesitábamos para jugar. Obviamente la situación social y económica que se vive en la actualidad nada tiene que ver con la de aquellos inciertos años a los que me refiero. A día de hoy estamos en otro contexto económico y social más favorable, razón por la cual ningún niño se ve en esa tesitura de tener que fabricar por imperiosa necesidad sus propios juguetes. Además creo que han perdido toda habilidad para cuanto se puede hacer con las manos, pero en cambio son muy expertos en manejar todos los cachivaches digitales que se les ponga por delante, los cuales han modificado su visión sobre las cosas.
Quiero
que conste que lo aquí expresado con
cierto deje nostálgico, para nada se trata de hacer un juicio de valores, sino
de rescatar del olvido esos juegos tradicionales que se han ido sucediendo a
través del tiempo de generación en generación y que por mor de la tecnología ha
desaparecido su práctica. También quiero expresar, que
ni antes era mejor, ni ahora resulta peor la forma
que tienen de jugar los niños. Sólo son
diferentes, sin más. En la disyuntiva de tener que elegir una de las dos, me quedaría con la
forma antigua, no porque la viviera y disfrutara in situ, sino porque a la hora de
jugar en grupo al aire libre pienso que se crea más camaradería, y desde luego nada de aislamiento y soledad
como es norma común hoy en día. Y en especial porque es una manera de experimentar el mundo que te rodea. Es un axioma el que todo ha
evolucionado y por consiguiente es lógico que haya cambiado las maneras de jugar. Aunque a veces me da por reflexionar
detenidamente acerca de si toda esta progresiva evolución que
hemos ido experimentando con el transcurrir del tiempo, no se habrá acabado por convertirse en involución por hacerse todos sus cambios incontrolables e
insalubres para la salud
mental y física del niño. Me parece obvio el que cuando les regalan uno de esos
teléfonos inteligente, comienzan a perder su inocencia infantil. Resulta incuestionable que el mundo de hoy en día
ofrece al niño más posibilidades. La cuestión es saber utilizar de forma adecuada toda esa amplia y variada oferta de juegos
digitales que existe en el mercado. Pero
me temo que no se hace. Y en ésta estamos.
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