Estamos tan acostumbrados a que
ciertas cosas las demos por hecho que forman parte de nosotros, que ni cuenta nos damos de lo importante y valioso que supone el tenerlas. Máxime
si se trata de esos momentos cotidianos, que transcurren en nuestra vida
con su inherente monotonía. En este caso el valor que le otorgamos en
prácticamente nulo. Y qué equivocado estamos. A veces nos damos cuenta que
teníamos en nuestra vida algo importante, pero únicamente lo
valoramos una vez que lo hemos perdido. Entonces sucede que reaccionamos en
poco tiempo, pero lamentablemente ya no hay vuelta atras. Según mi criterio es
probable que esa costumbre de estar habituados a algo en concreto, hace que ni
nos preocupemos en pensar el valor intrínseco que tienen y hasta se nos
hace difícil la idea de no disponer de todo ello cuando realmente nos apetezca. Lo
que está claro es que a menudo cuando por alguna nefasta circunstancia lo perdemos, nos damos cuenta de que no
supimos valorarlo en el momento presente y como norma habitual acabamos por apreciarlo demasiado
tarde. Que este hecho genera una
sensación desagradable y frustrante, no tengo la menor duda. No se si por estúpidos, o por arrogantes, una mezcla de ambas seguro, el
caso es que no prestamos el interés necesario en conocer el valor
que representa la cotidianidad en nuestras vidas y como los humanos acostumbramos a pecar de
soberbia, nos creemos que lo tendremos siempre a nuestro alcance y por esta razón lo descuidamos. Y
luego pasa lo que nos pasa: que nos encontramos angustiosos y
necesitamos cuanto antes volver a sentir esa
cotidianidad que la hemos perdido; o nos la
han suprimido por imperativo legal como está sucediendo en estos momentos a cuenta de la pandemia vírica
generada por el letal Covid-19. Como bien sabéis a mediado de marzo
para luchar contra esta pandemia vírica el gobierno decretó el “Estado de Alarma” y con ello el mundo se paró. Esto
supuso el tener que estar confinados dentro de los hogares y la vida aparentemente comenzó a transcurrir a través de los cristales. La imposición por cuarentena supuso la restricción de movilidad y con ello inesperadamente hizo que desaparecieran todos esos momentos cotidianos
que forman parte de la normalidad. Si antes nos parecían de lo más insignificante, cuando nos hemos visto a falta
de ellos, nos ha entró verdadera angustia y necesitábamos cuantos antes
recuperarlos porque
verdaderamente, aunque tarde, nos dimos cuenta del valor intrínseco que tienen en nuestra vida.
Supongo que en este tiempo de
confinamiento, el cual ahora después de varias semanas empieza a relajarse y resulta un poco más flexible que el de días atrás, al menos
nos han permitido el poder respirar un
poco “aire de libertad” proveniente de los espacios abiertos. A lo que iba, durante el duro confinamiento estoy convencido que la mayoría de ustedes habrá echado en falta
la cotidianidad. La falta de esas cosas que aparentemente son muy simples, pero que resultan de necesidad vital como: dar un paseo tranquilo
por el campo, por la playa. Tomarse una consumición en
animosa compañía. Esas manifestaciones de cariño de familiares y amigos. Ir al
cine, o ver un espectáculo musical, cultural, deportivo; o cualquier otro que te plazca sin
que nadie ni nada te lo impidan. O
simplemente sentarte en un banco del parque en plan contemplativo escuchando el melódico trinar de los pájaros y tranquilamente dejar que
pasen las horas, sin más. En
definitiva salir de casa cuando te de la real gana sin restricción de movilidad alguna. Todas esas cosas simples y cotidianas que forman parte de la
normalidad y que las hemos tenido siempre a nuestro alcance sin suponernos dificultad alguna para obtenerlas. Quizá por tenerlas con tantísima facilidad a nuestro alcance nunca hemos nos ha preocupado la más mínimo en darles la importancias que se merecen. Entonces, cuando de repente nos hemos vimos privado de todas ellas, de forma generalizada conocimos el
valor extraordinario que representan en nuestras vidas. Vamos a ver si somos capaces de salir
mentalmente lo más fuertes posible de nuestra resilencia y una vez que hayamos
recuperado progresivamente la normalidad tras las graduales fases de
desescalada del desconfinamiento que tiene prevista llevar a cabo el Gobierto
para este fin, en adelante tengamos siempre muy presente el valor transcendente que tienen en nuestra vida los gestos cotidianos.
Porque yo no se ustedes lo que con imperiosa necesidad deseaban lograr en los
momentos duros que hemos pasado durante el confinamiento, cuando
las privaciones y restricciones estaban en su punto más culminante y generaban muchísima angustia . Yo sólo
deseaba volver a vivir la normalidad simple y llanamente. Esa normalidad habitual que hemos conocido desde siempre. Porque tengo mis dudas o incertidumbres sobre vivir la “nueva normalidad” de la que tanto se jactan en vociferar los políticos
afines al poder. Y la verdad, a mí me entra yuyo sólo en pensar que la nueva normalidad se va a basar en
vivir con la psicosis metida en el cuerpo. Yo quiero seguir como antes: respirando sin miedo a que en el aire quede suspendido algún maldito virus y en especial sin sufrir todo tipo de limitaciones. Porque que quieren que les diga, hay situaciones en la vida en que es necesario priorizar el
vivir la normalidad, con toda su santa y tediosa rutina por encima de la posibilidad de disponer de una gran fortuna
de bienes materiales. Lo que está bien claro es que esta pandemia vírica nos ha hecho apreciar más las pequeñas cosas que van conformando nuestra vida y que tuvimos que renunciar a ellas por imperativo legal. Ya se
que el renunciar obligatoriamente a ellas fue, sigue siendo aún, por el bien de la salud y en beneficio de nuestra vida. Es compresible, pero
esto no quita que causa ansiedad y pesadumbre sentirse privado de todas ellas. Por esta razón el
deber que tenemos los humanos ahora en adelante es el de apreciar el valor extraordinario que se
merecen esas pequeñas cosas cotidianas que siempre están ahí, y por desgracia dejamos que pasen con más pena
que gloria, y que las vamos sepultando en el trajín de la vida, o descuidándolas por
querer lograr otras metas que nos creemos son de mayor relevancia y nos posibilitarán el ser mas felices. Craso error, porque a mi juicio, yo creo que la felicidad no significa tener aquello que uno quiere,
sino reconocer y apreciar lo que se tiene, como son los gestos cotidianos de cada día.
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