Me llama poderosamente la atención la frase siguiente: “Juntos somos fuertes, casi invencibles; en
cambio, solos somos frágiles y resulta
muy fácil derrotarnos.” Cuanta razón tiene el enunciado de tan lapidaria frase. Es una obviedad el que de
forma colectiva somos como un muro infranqueable que posee una fortaleza
descomunal a fin de enfrentarse a cualquier adversidad y garantizarnos la victoria; en
cambio nuestra individualidad hace que
seamos manifiestamente débiles y de
extrema fragilidad, con lo cual nuestra derrota está asegurada. Tal circunstancia
se ha hecho palmaria durante la actual crisis
sanitaria del Covid-19. El hecho de aunar fuerzas tanto físicas como psicológicas,
aparentemente, estamos logrado poner a raya la pandemia vírica. Aunque somos
conscientes de que no ha desaparecido ; que sigue estando de forma permanente su amenaza vigilando para contagiar indiscriminadamente.
Desconozco si este invisible virus tiene la malsana intención de quedarse entre nosotros hasta que descubran
la ansiada vacuna que acabe por erradicarlo; o que sin más se vaya de nuestras vidas de la forma tal como llegó, sin
avisar. Aunque bueno, lo de sin avisar ahora que lo pienso no es cierto del todo. A cuenta de
lo que estaba ocurriendo en China
creo que ya estábamos “viendo las orejas al lobo”.
Pero claro, nos pillaba bastante lejos el susodicho país. Además, nuestra arrogancia y displicencia derivada de la sociedad del bienestar, nos
hizo creer que hasta aquí no iba a
llegar el letal virus. ¡Y vaya que sí hizo acto de presencia y además puso patas arriba nuestro acomodado estilo de vida y a su vez causando un sufrimiento gigantesco!. Estoy
convencido de que si la Organización Mundial de la Salud se hubiera preocupado
en avisar a tiempo, ofreciendo protocolos de actuación, se hubiera ahorrado muchas muertes y
sufrimientos. Pero lamentablemente no lo hizo y ahí están palmariamente las trágicas consecuencias a nivel global. En fin; que
ojala hayamos tomado buena nota de todo este esfuerzo compartido, porque sin una actitud colectiva
y solidaria peligra nuestra supervivencia. Hemos visto y experimentado que
somos muy frágiles y vulnerables. Por ende, tengamos siempre muy presente que en la lucha
por vivir, nunca sobreviven los más
fuertes, esos que acostumbran a estar de continuo su existencia envuelta en conflictos y prepotencia, sino quienes
apuestan por apoyarse o ayudarse mutuamente. Esto según tengo entendido era la
enseñanza que ponían en práctica los
viejos anarquistas. Quizá la clave para
afrontar cualquier otra próxima pandemia de índole parecido al Covid-19 y que trate de poner en
jaque nuestra supervivencia, es poner en práctica esas enseñanzas que otrora
pusieron en marcha aquellos viejos anarquistas que cito.
Lo que no me cabe la menor duda es
que, desde la responsabilidad
individual, deberíamos tratar de cuidarnos a nosotros mismos porque
es la única manera de cuidar a los demás, creo yo. Algo así como la ley del Karma: lo
que das recibes; en este caso para bien. Desde luego que recibir y además de
ser un acto generoso cargado de empatía, nos hace sentir más saludables y por
supuesto que también más felices. Como os habréis dado cuenta estoy hablando de solidaridad, ese acto de apoyo incondicional a causas o
intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles. Como por ejemplo esta situación dramática que vivimos en la actualidad a cuenta de ese
“mal bicho vírico” que nos está trayendo a mal vivir y nos pone delante de la
muerte con toda su crudeza. Por esta razón se ha hecho de imperiosa necesidad
apelar a la solidaridad encendiendo la
llama de la fraternidad. A la respuesta de las instituciones oficiales, se ha unido
una red solidaria de voluntariado
a lo largo y ancho del país que sirve de
gran ayuda, en especial para aquellos
colectivos más vulnerables que están sufriendo en estos momentos y que son
nuestros mayores. También a principio de la pandemia, por todo el país surgió casi de ipso facto la mayor ola de solidaridad de la Historia a nivel de
empresas. Todas ellas estuvieron en
primera línea y con el único objetivo de salvar la población brindando su apoyo incondicional al sistema de salud pública por que los primeros días de esta crisis sanitaria se encontró literalmente
desbordado y a falta de los equipos de
protección individual ( Epis) para los
sanitarios. Estoy
convencido de no haber surgido tan
gigantesca ola altruista, el caos y el
drama que se hubiera formado dentro del sistema salud pública hubiera sido de
dimensiones descomunales. Pero como es habitual en el momento que surgen los
grandes desastres de la humanidad, la predisposición solidaria de los
ciudadanos de corazón noble y las empresas
altruistas siempre están ahí para echar
una mano y hacer más llevadero el dolor y el sufrimiento que genera cualquier tragedia humana. Como también los gestos solidarios nos
confirman que individualmente somos una gota de agua, pero cuando actuamos
juntos nos convertimos en un inmenso océano que nos salva de cuanto infortunio se nos
ponga por delante. Porque sólo mediante el cuidado y la ayuda mutua se puede luchar
y es a través de esa lucha es como
podremos cuidamos de forma colectiva. Por tanto, sigamos reivindicando
la solidaridad. Su concepto debe continuar entrando hasta lo más profundo de nosotros mismos. Aunque pase esta etapa tan crítica que nos ha tocado vivir, o
en su defecto sufrir- tarde o temprano quedará atrás esta horrible pesadilla- apostemos por
que esté presente lo más posible la solidaridad
en nuestras vidas para hacer más llevadero todo ese ingente drama humano que existe actualmente a nivel planetario y que la crisis sanitaria del Covid-19 hace que nos estemos olvidado de él. Me estoy refiriendo al “Coronahambre” que mata tanto, o si cabe más, que el maldito Coronavirus. Y por desgracia,
a pesar de que la “pandemia del hambre” lleva más de un siglo matando a
millones personas en el Planeta, ni los lobbies farmacéuticos ni el de los laboratorios, como tampoco los gobiernos de los países que engloban las principales economías del mundo se han
preocupado de sacar una vacuna que logre acabar con ella. Por lo que se ve hasta ahora, ni tienen, ni tendrán creo yo, el más mínimo interés en un futuro descubrirla. Con lo cual, seguiremos en esa dolorosa espiral que hace que el sufrimiento de unas personas venga provocado por la insaciable codicia de otras.