La inmediatez es un fenómeno que lamentablemente
se ha instalado en nuestra actual cultura, o sistema de vida. Esa necesidad
imperiosa de tenerlo todo, o conseguirlo, sin espera alguna es evidente que
resulta a día de hoy uno de los males predominantes de la sociedad occidental,
pero paradójicamente se rinde un culto desmesurado a la inmediata satisfacción
de los deseos. Es obvio que las cosas bien hechas llevan su tiempo, su
proceso. Pero por desgracia no las dedicamos el tiempo necesario.
Además las grandes e importantes cosas de la vida, a mi juicio, se van
construyendo poco a poco. Con la paciencia necesaria y la requerida
persistencia, y por supuesto que siempre con actitud positiva. No se porqué de
forma generalizada nos ha entrado esa maldita manía de “lo quiero pronto;
pero yá”. Se trata del cortoplacismo predominante de esta sociedad
vertiginosa que nos ha convertido, no se si esclavos o adictos de las
urgencias. Todo aparentemente rezuma prisa y aceleración. Es evidente que la
prisa resulta mala consejera, de ahí el motivo por lo cual nos perdemos
muchas de las cosas esenciales en la vida. No se puede, o no se debe más bien,
vivir en un estado de permanente prisa, porque tarde o temprano acabará por
pasarnos factura, tanto a nivel físico como psicológico. Creo que por esta
razón hay que adaptarse a un estilo de vida más calmado. Donde la pausa y la
paciencia imperen. Todo con el fin de evitar esos momentos de agobiante
estrés, los cuales acostumbran a generar nocivas consecuencias en
nuestro estilo de vida. De lo que no tengo duda alguna es que
la cultura de la inmediatez ha dejado a un lado la reflexión y el espíritu
crítico. En mi opinión, subjetiva por supuesto, esta circunstancia
aparentemente nos convierte en acelerados y embrutecidos autómatas
inmersos en una sinergia de vivir por y para las prisas. Resulta axiomático que
esta forma de vida acaba siendo, no ya estresante, sino agotadora. Con el
agravante de que la actividad frenética pone en riesgo nuestra
salud mental. Me preocupa mucho esta sociedad que está a
rebosar de adictos a que todo se obtenga a corto plazo. Como
también al querer percibir cualquier recompensa de manera
inmediata. Este hecho a priori la única compensación que se acaba
obteniendo es la insatisfacción más deprimente.
Gran parte de culpa de este apremiante culto a la
inmediatez pienso que es por causa de la tecnología,
cuyo poder omnímodo resulta palmario. Los avances tecnológicos han
acabado por distorsionar la realidad e influenciar nuestras vidas. Razón
por la cual de manera inconsciente parece que todo lo queremos
conseguir en cuestión de minutos, porque así es el funcionamiento de las nuevas
tecnologías: todo al instante. Porque no me negarán ustedes que, a través
de Internet, la rapidez con que nos podemos comunicar con otras personas
que están físicamente a miles de kilómetros alejadas de nosotros es casi de
ipso facto. Por tanto la tecnología actual es la herramienta perfecta
para beneficio de este sistema capitalista occidental del cortoplacismo.
Dentro del mismo todo gira en torno a la urgencia, “a la vida
express”: una auténtica vorágine de lo inmediato, sin duda. Por otra
parte, comentaros que hasta se han inventado, o elaborado- ¡vete tú
a saber!- la llamada comida rápida para personas con ritmo de vida acelerada.
Me parto de risa tía Felisa, cuando oigo nombrar todo cuando está vinculado al
concepto de la comida rápida. Un estilo de alimentación para consumir
rápidamente en los establecimientos especializado, o en plena calle si la
urgencia es apremiante. Está claro que se trata de comida basura: una
bomba repleta de componentes perjudiciales que originan graves
consecuencias para la salud física como para la mental. Pero la obligación
y la urgencia mandan. No da lugar al deleite gastronómico tan
apremiante circunstancia. Por lo cual, "un tente en pie" rapidito y
funcionar lo antes posible.
Según mi criterio, el culto de la inmediatez de
algún modo va ligado al ritmo que nos marcan las redes sociales y también los
medios de comunicación, donde lo instantáneo es su leit motive y su modus
operandi. Es como si nos dieran a entender que la vida van tan deprisa que no
hay tiempo para nada, por eso de alguna manera nos obligan, o quizá imponen, la
condición de quererlo todo al instante, de resolverlo de inmediato, por
temor a que nos falte el tiempo necesario. Vivir en la era de la inmediatez,
como por desgracia a día de hoy vive la mayoría de personas, ha hecho que
seamos cada vez más impacientes. Hemos perdido esa sugestiva capacidad de
esperar. Parece que anduviéramos en un sin vivir de continuo y
sometidos a la impaciencia. Para nada disfrutamos de lo que se hace porque la
prisa nos hostiga a fin de no dar tregua al vertiginoso ritmo de nuestras
vidas. No hay duda de que este hecho obstaculiza la reflexión antes de tomar
decisiones y a la verdadera resolución de los problemas. Resulta una auténtica
pena el que esta sociedad de forma mayoritaria esté contagiada por las prisas,
los deseos de cumplimiento inmediato y de que las novedades sustituyan sin
cesar a otras novedades, por que ya se cataloga de antigualla lo sucedido o
elaborado ayer mismo. También el que haya eliminado en gran parte
de su “manual” la calma a fin de que sepamos disfrutar del placer de la espera,
me parece descorazonador y preocupante. Porque estoy convencido de
que las prisas y la impaciencia vierten sus pequeñas dosis tóxicas en
nuestra mente. Está claro que ante una sociedad que no sabe vivir de
forma pausada y con tanta velocidad sin fijarse la mayoría de veces en
todo cuanto nos rodea, lo mejor, o más conveniente, es vivir a nuestro ritmo.
Que seamos nosotros quienes marcamos las pautas y la velocidad con la que
queremos que transcurra nuestra existencia. Siempre teniendo en cuenta al resto
de la humanidad, claro está. Pero sin que nada ni nadie nos ponga en la
tesitura de correr más de lo debido.
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