jueves, 12 de septiembre de 2024

REFLEXIONES DISPERSAS (Septiembre)


Consumir.

 

Consumir y  consumir. Eso es lo por lo que aboga este capitalismo salvaje, el ser fieles a este  consumismo  que como un torbellino  nos somete y hace que concibamos la idea de la felicidad a través de la compra compulsiva de objetos, o productos,  la mayoría de ellos innecesarios. Y es evidente que salir del círculo consumista genera grandes beneficios, no ya solo en el impacto medioambiental, sino también el psicológico. Porque no me cabe la menor duda de que la salida supone liberarse de ese sometimiento opresivo que `pone a prueba nuestro estabilidad cognitiva. Estamos movidos por un consumismo silencioso que siempre acaba por controlarnos. Nos hace sentir muy cool  cuando vamos de compras y adquirimos una determinada prenda de vestir, aunque ésta a veces   acabe muerta de olvido en el cajón del armario. Desde luego que no resulta nada aconsejable el ir de compras cuando hemos tenido un mal día. El estado anímico negativo en esta circunstancia condiciona nuestras decisiones, por lo que existe una tendencia en adquirir  de manera inconsciente un capricho tras otro como una forma de recompensarnos. Y me da a mí que este comprar de manera coercitiva  para nada recompensa satisfactoriamente,  más bien resulta agudiza el problema. Lo que si resulta conveniente a la hora de adquirir un determinado objeto es   hacerse la siguiente pregunta: ¿ lo que voy a comprar realmente lo necesito o porque el sistema me obliga?. Tampoco es cuestión de que radicalmente cortemos con el consumismo y nos abandonemos a una vida minimalista en su mayor expresión. No se trata de eso. Si no de que seamos conscientes de la problemática del consumismo con el medio ambiente y  de la forma en que el sistema nos somete. Gastar claro que es provechoso y hasta necesario, pero sin despilfarro alguno  por el hecho de seguir dando vueltas en la rueda del bienestar. Las cosas que se consumen de forma excesiva no significan que se necesiten. Quizá si aprendiéramos a vivir sin tantas cosas superfluas, estoy convencido que seríamos más libres y tendríamos tiempo y espacio para disfrutar de lo que verdaderamente resulta importante y que no hace falta pagar con dinero para conseguirlo.







Democracia.

 

No hay que descuidarse lo más mínimo y estar en constante alerta, porque si creemos que vivimos una situación  aterradora, puede aún ser mucho peor lo que le depara al  futuro. Y no voy de visionario apocalíptico, en absoluto. Simplemente me dejo guiar por la realidad donde intuyo, que  la distopía del futuro no va ser ciencia ficción, sino cruda realidad que progresivamente cada vez se irá haciendo más próxima y  más devastadora.  Y no va a ser únicamente el riesgo  que corre la seguridad del Planeta debido a la emergencia climática, sino también los peligros que acechan a la democracia, que aunque no  sea el súmmum  gubernamentalmente hablando,  de entre los regímenes políticos  conocidos,  en mi opinión resulta ser el mejor para el devenir de los ciudadanos. Muchos son  los enemigos  que tiene  la democracia, ya sea por motivaciones ideológicas o en defensa de intereses poderosos. Pues bien, estos valores democráticos y sus  libertades  que tanto esfuerzo, tiempo, lucha y muertes  ha supuesto lograrlos se están poniendo en entredicho. Están produciéndose retrocesos en batallas  que uno creía que ya formaban parte de nuestro oscuro y terrorífico pasado, pero desgraciadamente se ve que  no es así. Continúan ahí los “monstruos  al acecho”, pretendiendo reabrir nuevas heridas donde creíamos que sólo existían   antiguas  cicatrices ya sanadas. Cuanta tristeza, y cuanta rabia, causa el  saber que están lastimando valores que eran sólidos, como la libertad y la verdad. Como también duele y advierto que el presente sangra lágrimas porque continua sin haber desaparecido la vigencia de aquellas   palabras que escribió  Antonio Machado allá por 1912, y que dicen  "Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios; una de las dos Españas ha de helarte el corazón".

 

Sonría.

 

Resulta bastante evidente el  que nos gusta estar lo más próximo a las personas alegres, esas que sonríen a menudo porque nos transmiten buenísimas vibraciones y positivismo. Son la personificación  del optimismo, sin duda. Por esta razón siempre queremos que nos contagien de toda su alegría y entusiasmo. A pesar de que la vida  siga poniéndonos reveses de continuo, aún así, existen muchas personas que normalmente muestran ilusionados su sonrisa en  vez de sentirse amargados. No pierden la ilusión aunque su vida esté también llena de problemas. Porque es obvio que sonreír no significa que no se tenga problemas. Ya se sabe que las penas suelen llevarse  mejor con buen humor. Con lo cual, conviene   estar rodeados de personas que consigan hacerte sonreír el mismo corazón, y si de no ser posible tal circunstancia,  entonces reírse en soledad de uno mismo si hace falta, aunque por dentro seas un mar de lágrimas. Ser un poco como ese pájaro enjaulado, que no canta porque está alegre, sino que está alegre porque que canta. Por consiguiente, sonrían ya que al parecer las personas risueñas viven de media unos cuatro años más que el resto, y porque a parte de esos cuatro años más de vida, sonreír tiene  un efecto beneficioso muy potente  sobre uno mismo y los demás porque les estará haciendo un gran favor a los que le rodean si logra contagiarles su optimismo.