No
hay duda de que a uno de los colectivos
que más afectó la pandemia del Covid-19 cuando estuvo en su momento más crítico
fue al de los ancianos. Los castigó con mucha crueldad porque resultaron ser los más débiles, los más vulnerables, los más indefensos.
En España el coronavirus se cebó especialmente con ellos, la mayoría de los mismos
aislados en residencias, donde la pandemia ha sido unos de los grandes focos
de contagio y muerte . Quizá esto ocurriera por falta de medios para hacer frente
al Covid-19 y otras veces por de
la desinformación de los trabajadores acerca de su riesgo letal. Lo único que se con certeza es que
alrededor de 20.000 ancianos han fallecido de los aproximadamente 28.000 en
total de muertos que ha habido en España a cuenta de los ataques de virus mortal. Resulta
a todas luces escalofriante esta cifra
de ancianos fallecidos. Esta sociedad los arrinconó y en apariencia estaba
dispuesta ha convertirlos en el precio razonable de coronavirus. Ya hubo más de
algún despreciable sujeto, caso del vicegobernador de Texas Dan Patrick, que tuvo la desfachatez de
decir públicamente que había que dejar morir a los abuelos para salvar la
economía. Y lo justificó diciendo que no
se podía perder el país por estar asintiendo a un colapso económico. Vamos, que
su deseo era anteponer la economía por encima de la vida de los ancianos.
Y lo triste del caso es que no fue exclusivamente este individuo quien salió a
la palestra para dar pábulo a lo comentado, por desgracia hubo otras más voces con peso relevante dentro la política y de las finanzas a nivel
global con parecida opinión. Para mí que estaban convencidos de que
había que excluirlos, o recluirlos en esos “mataderos modernos” como en mi
opinión son la residencias, para que el resto de la población se pudiera sentir
libre y la economía pueda recuperarse. Me parece lamentable e indignante a más no poder que se priorice la economía de
un país por encima de las vidas de los
ancianos. Y sobre todo en España, que todo lo que tenemos actualmente en
cuestión de bienestar, se lo debemos excluidamente a ellos, que tras la
posguerra lucharon por sobrevivir, se dejaron la piel en el intento, tuvieron hasta que emigrar, a fin de sacar sus familias adelante y lo han dado todo en la última crisis económica que aún nos lastra.
Nuestros abuelos fueron quienes contribuyeron a levantar este país, entregándonoslo mucho
mejor que como se lo habían encontrado y nosotros, que somos la sociedad en general, les hemos fallado porque durante las semanas más críticas de la
pandemia fueron totalmente discriminados y se les dejó morir solos y en
silencio, además sin poder recibir visitas ni asistencia médica y algunos ni consuelo espiritual. Si la justicia deja que este horror pase sin que los culpables paguen las consecuencias tendremos motivos amplios de avergonzarnos de la España en que vivimos. Porque merecen todo el respeto del mundo no ya solo por su condición de mayores, sino porque fueron ellos los arrimaron el hombro para levantar este atribulado país tal como ya he indicado. Resulta un axioma el que nuestra sociedad está deshumanizada y
muestra poca sensibilidad con el bienestar de nuestros mayores. Aunque eso sí,
presume de ser muy solidaria y empática, pero a mi juicio prima el egoísmo puro y duro. Y la sociedad tiene el deber de ser solidaria
y proteger mucho mejor a los ancianos. Y por desgracias sabemos sobradamente
que no es así. Esta pandemia nos lo
ha puesto delante de los ojos para que veamos in situ como la ética y la empatía hacia ellos brilla por su ausencia. Resultó verdaderamente trágico, y por supuesto infame, cuando por falta de medios para hacer
frente al Covid-19, como fueron UCI , el
personal sanitario y los Epis, el triaje de los hospitales tenía que tomar la
decisión de a quien salvar antes. Y antes tan terrible decisión, se hacia
ostensible que la vida de una persona mayor valía menos que la de un joven.
Deberíamos
de encarar una reflexión profunda sobre ¿qué es lo que estamos haciendo con nuestros
mayores o por qué han sufrido una muerte
ignominiosa mieles de ancianos durante la pandemia?. Y esa reflexión, no ya en el ámbito social,
sino desde algo más cercano e íntimo como es el entorno familiar. Porque que a mí me ha dejado un poco descolocado, y me repatea los higadillos, tanta “lágrima de cocodrilo” de los familiares de las víctimas
fallecidas en la residencias por
la escasa, o más bien nula, calidad humana de los las personas responsables de proteger y cuidar a los ancianos, como son los gerentes
o dueños de las residencias y también por mala praxis al respecto de los políticos gubernamentales y de las autonomías. Y digo esto, porque si tanto amor e indignación exteriorizas públicamente hacia a tus progenitores fallecidos en las dramáticas circunstancias coravavíricas, ¿ por qué narices los recluiste
en una residencia para quitártelos de en medio como si de un estorbo se tratara? Hay casos extremos, como enfermedades crónicas que es
tanto lo que se deterioran el organismo o cerebro de
una persona anciana que no queda más alternativa que ingresarlos porque recibirá
mejores cuidados y atenciones por parte de profesionales de la medicina. Pero
cuando nuestros abuelos están en plenas facultades y son ingresados en una residencia, en el momento que ocurren situaciones trágicas
como las vividas tiempo atrás a cuenta de la pandemia patógena a mí que
no me vengan con su fariseísmo en actitud lacrimosa porque no me conmueve para nada. Lo que está
bastante claro es que solemos quitamos a los mayores de encima con las
excusas más variadas, y la más común es el
no tener tiempo para nada porque el ritmo vertiginoso de la sociedad actual
literalmente nos absorbe y no deja tiempo para estar con ellos. Y claro, en esta situación para quienes viven en un
estrés permanente, las
personas mayores son un estorbo y hasta cierto punto invisibles para su propia
familia. Por eso se enfrentan la mayoría de veces a la terrible soledad de sus
últimos años de vida encerrados en esa especie de “aparcamayores” que no son
otra cosa que las frías y lúgubres residencias, aguardando la visita de nietos,
hijos, como si de una propina se tratará. Se hace de imperiosa necesidad un
cambio de modelo en lo que respecta a las residencias, para que dejen de ser un
“aparcamayores”. Y desde luego, ese
cambio debe también ser extensible a los
familiares de las personas ancianas, y a
la sociedad en general, porque aunque la vejez nos de miedo, también es sabiduría.
Lo que nunca deberíamos es olvidar es su entrega con nosotros y su amor inconcidional
que siempre nos lo otorgaron cuando lo necesitábamos. Y está es la cruel gratitud que reciben por su
dedicacación y cuidado hacia nosotros: el abandonarlos a su suerte en estos morideros modernos
llamados residencia de la tercera edad. Pero como atinadamente dicen el refrán: "con la vara que mides serás medido". Por tanto, ojo al dato.